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Wednesday, November 28, 2012

La Regla de Oro


Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.  ~Mateo 7:12

La regla de oro no solo es un resumen de todas las enseñanzas de Jesús dadas en el Sermón del Monte, sino que también incluye a “la ley y los profetas”, enseñándonos que toda la Palabra de Dios alude a esta enseñanza de amor y misericordia. Esta enseñanza es la condensación de todas las enseñanzas destiladas y refinadas en una breve oración: “Haced con los hombres lo que queráis que hagan con vosotros.”

Existe una tendencia entre los seres humanos de devolver mal por mal. Pero Jesús nos dejó esta enseñanza para que cada vez que hiciéramos algo pensáramos qué es lo que nos gustaría a nosotros que nos hicieran y entonces haríamos las cosas para los demás de una manera diferente. No es que devolvamos el bien simplemente, sino que nos adelantemos a los demás haciéndolo nosotros primero. Las grandes religiones del mundo proponen una visión humanista de no hacer daño a los demás, una visión pasiva; pero el Señor dijo: “haced vosotros con ellos…” Tenemos que tomar la iniciativa en las relaciones interpersonales así como Dios tomó la iniciativa de amarnos primero a nosotros (1 Juan 4:19).

Lo que se necesita para vivir la regla de oro es la disposición personal de hacer la voluntad de Dios. El que cumple con la regla de oro está cumpliendo con el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo (Mateo 5:43–45). Si quieres ser sabio lee la Biblia; pero si quieres ser santo, practícala. La moral y la justicia languidecen ante la enseñanza de Jesús. Una nueva ética aparece para cambiarlo todo. Queremos el perdón de Dios, pero nosotros nos resistimos a hacerlo porque nuestro orgullo lo impide. Para practicar la regla de oro debemos de estar llenos de humildad y caminar la segunda milla (Mateo 5:41), la que no están dispuestos a caminar los que no obedecen. Debemos de ir nosotros primero; debemos perdonar primero, debemos dar ejemplo nosotros primero.

Dios fue nuestro gran ejemplo de compasión, renuncia y piedad. No nos ha devuelto mal por mal, ni nos guarda rencor, sino desea que todos podamos compartir de la vida eterna. Esto fue solo posible porque Dios practicó primero la Regla de Oro. Seríamos conforme al corazón de Dios si amaramos lo que Dios más ama, o sea, a las demás personas (Mateo 22:37–40). Si tan solo viéramos a los demás como nos vemos a nosotros mismos, si cuidáramos de los demás como nos cuidamos nosotros mismos, todo a nuestro alrededor cambiaría. Todas las leyes y enseñanzas de los profetas se resumen en la Regla de Oro que no es más que la manifestación de una ética superior, la del amor de Dios (Romanos 5:8).

 

Monday, November 19, 2012

Manejando Correctamente la Justicia


Por: Pastor Carlos A. Goyanes

No juzguéis para que no seáis juzgados. ~Mateo 7:1

Quien juzgará a todos los seres humanos es Dios; sin embargo, a los seres humanos nos encanta juzgar, y en nuestra condición imperfecta, puede ser que nuestros juicios sean imperfectos. No solo en las cárceles hay personas que han sido mal juzgadas, sino entre nosotros también. Nuestro Señor Jesucristo dijo: No juzguéis para que no seáis juzgados.

¿Será que hacer juicios es pecado? Definitivamente no. Muchos creyentes caen en la trampa de satanás mencionando este pasaje como tolerancia a los pecados y corrientes supuestamente cristianas que invaden la fe sana y las doctrinas bíblicas. Un versículo bíblico ha de estudiarse e interpretarse a la luz de su contexto y aquí se da a entender que no debemos hacer juicios injustos y despiadados de las personas, sino que la justicia debe estar a la luz del amor, ya que sin este, cada juicio se convertirá en algo cruel y pecaminoso. Para poder vivir una vida santa y justa, no solo tenemos que discernir y establecer de una manera santa juicio sobre los demás, sino sobre nosotros mismos. Si juzgamos a los demás por sus errores, debemos de juzgarnos a nosotros mismos por los nuestros. De manera que, sabiendo que también yo soy un pecador, juzgaré a los demás de la misma manera.

Dios nos juzgará a nosotros con la misma medida con la que juzgamos a los demás (Mateo 7:2). No mires los defectos de los demás antes de haber mirado los tuyos propios. Si crees que eres demasiado bueno, verás a los demás como malos y estarás colocándote en una posición de superioridad espiritual. Esta es una de las formas de orgullo que padecen algunos creyentes que viven en una burbuja de santidad y creen ser perfectos (Romanos 12:3; Filipenses 2:3). Esta es la causa de los males en los que se encuentran sumidas algunas congregaciones, ya que hay un grupo de “supersantos” y otro grupo de pecadores que son juzgados por estos. Jesús dijo: ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. (Mateo 7:5).

Tenemos que discernir entre lo bueno y lo malo, lo que Dios desea y lo que Dios no desea, a la luz de Las Escrituras. Eso es juzgar, no para colocarnos en un plano superior, sino para obedecer al Señor y orientar humildemente a otros a ello. Hay personas que juzgan para mostrar que ellos son buenos y los otros malos (Lucas 18:10–14). En nuestro juicio no debe haber maldad sino santidad con el buen propósito de edificar y exhortar a nuestros hermanos, sabiendo que también nosotros podemos ser juzgados por otros en el momento de nuestra debilidad espiritual. Los que se convierten en jueces implacables no admiten sus faltas y creen que tienen todas las respuestas. Son los que con más facilidad caen en los lazos del diablo porque su fe está basada en que ellos no tienen errores y no en la perfección de Cristo. Sucede que, generalmente el que se dedica a juzgar a los demás, está mostrando sin saberlo, su propia decadencia espiritual, tratando de esconder sus propios errores al proyectar su frustración en los errores de los demás. Como dice la Palabra de Dios: El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca (Lucas 6:45).

 

Somos Salvos

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador… (Tito 3:4–6)

Dios es bondadoso (Zacarías 9:16–17). A pesar de nuestros pecados decidió mostrar su amor hacia nosotros entregando a su Hijo Jesucristo por nuestra maldad (Isaías 53:3–6). A través de la historia humana, los hombres han tratado de ganarse la salvación con ritos, sacrificios vacíos y regalos (1 Samuel 15:22; Salmo 51:16–17); pero la Palabra de Dios nos dice que no es por las obras que podríamos hacer, sino por la misericordia que Dios tiene para con todos los hombres (Tito 3:5; Efesios 2:9).

Esta salvación costó. Muchas personas no han llegado a entender el costo, y muchas nunca lo entenderán mientras vivan inmersos en la ignorancia y el egoísmo; pero costó la vida del Hijo de Dios, aquel que nos habló de una vida eterna sabiendo que en su futuro estaba la cruz, no la que a veces llevamos colgada al cuello, sino la cruz tosca y vil en la que murió. Más que el peso de esa cruz, su verdadera cruz fue llevar el pecado de todos los hombres sobre sí (Isaías 53:6). Habiéndose despojado de su vestidura celestial y vistiéndose de los harapos humanos, se humilló hasta la muerte y muerte de cruz (Filipenses 2:5–8). Fueron puestas en la mesa celestial todas las angustias y los dolores que habría de padecer y en aquel consenso celestial, Jesús, viendo la posibilidad de una humanidad redimida, no escatimó nada viendo que el gozo puesto delante de Él era mayor que el sufrimiento que habría de padecer (Hebreos 12:2). Dios se satisface siendo un Salvador; Dios se satisface por amor.

La bondad de Dios nos salvó (Efesios 2:4–7). Tenemos vida eterna porque hemos sido lavados con la sangre preciosa de Jesucristo (1 Pedro 1:18, 19). Y ahora no estamos solos porque ha sido derramado en nosotros el Espíritu Santo para consolación y auxilio de nuestras vidas (Tito 3:5–7).

Lo Primero, Primero

Por: Pastor Carlos A. Goyanes


“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” Mateo 6:33



Es algo natural para todos los seres humanos tener una escala de valores en la vida. Algunas cosas las consideramos más importantes y la colocamos en primer lugar; a otras las ponemos en segundo plano. Sin embargo, cuando se trata de Dios, este debe ocupar el primer lugar ya que Él es primero que todo. La Palabra de Dios nos dice que en “el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1), de modo que, Él estaba antes que nosotros. Él es “el primero y el último” de todas las cosas (Apocalipsis 1:11, 17).



Las inquietudes de la vida y el afán que trae las cosas materiales y las espirituales bien podrían ser solucionadas si ponemos a Dios en el primer lugar de nuestra escala de valores. Postergar esto implica pesadas cargas para nuestras almas. Jesús nos aconseja que no estemos afanosos, o sea, no le añadas cargas a tu vida que no le corresponden (Mateo 6:25-34). Mira a tu alrededor y ve la creación de Dios. A las aves de cielo Dios las alimenta, a los lirios del campo Dios los viste con ropas más hermosas que las vestiduras de Salomón, así que, Dios hará mucho más a nosotros, aun siendo creyentes de poca fe (Mateo 5:30).



Lo primero, primero; esto es, el reino de Dios y su justicia. Lo cierto es que para buscar el reino de Dios, primero tenemos que buscar de Dios y buscar su justicia es ser obedientes. No podemos ser justos si no obedecemos y no podemos hacer justicia si no velamos celosamente por la justicia de Dios que no tiene nada que ver con el legalismo que algunos creyentes tratan de sostener infructuosamente en algunas iglesias. Los fariseos predicaban la justicia siendo legalistas y Jesús los acusó de hipócritas. La justicia del amor es la mejor justicia, porque no sería cruel el que con amor juzga en el nombre del Señor.



Buscar el reino de Dios y su justicia nos demanda un testimonio fiel, una vida entregada y lejos de los afanes sin sentido de la vida. No debemos ser irresponsables por lo que tenemos que hacer, pero sí confiar en que Dios añadirá lo que nos falta (Filipenses 4:19). En nuestro trabajo, en nuestro esfuerzo diario, Dios abre las ventanas de los cielos y derrama bendiciones hasta que sobreabundan.