Por: Pastor Carlos A. Goyanes
El discípulo no es más
que el maestro ni el servidor más que su dueño. Al discípulo le basta ser como
su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron
Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa!
~Mateo 10:24–25 (LPD)
~Mateo 10:24–25 (LPD)
La vida es una gran bendición porque la vida es lo más hermoso que Dios
nos ha entregado; pero hay que cuidarla con todas nuestras fuerzas. Los seres
humanos hemos fallado en ese intento por causa del pecado, pero Dios en su amor
infinito nos la ha devuelto a través de la fe. Si estábamos perdidos, hemos
sido hallados a través de la sangre preciosa de Jesucristo (1 Pedro 1:17–19; 1
Juan 1:7). El costo de nuestra paz fue el Hijo de Dios. Ahora nos toca a
nosotros ofrecernos en sacrificio vivo (Romanos 12:1) para el extendimiento de
la obra del Señor, para enseñar a otros las grandes cosas que el Señor ha hecho
con nosotros (Lucas 8:39). En este esfuerzo de fe debemos de entender que
vivimos en un mundo caído y sin esperanzas, que tiende al mal por el pecado que
hay en la vida de los seres humanos (1 Juan 5:19). Por ende, vamos a estar en
apuros de vez en cuando y en tristezas por causa de la fe que profesamos (2
Corintios 4:7–9). Los lobos nos rodearán y nos herirán con heridas terrenales,
mas no eternas (Mateo 10:16). Mientras vivamos en esta tierra, estaremos en una
lucha sin cuartel, una lucha espiritual que todos los que creemos en Cristo
tenemos que librar (Efesios 6:12). Para dar testimonio con nuestras vidas, con
nuestros labios y con nuestras acciones tenemos que esforzarnos. El enemigo de
las almas está al acecho de nuestras vidas sin cejar. No descasa en sus
maquinaciones por lo cual la vida cristiana a veces se torna un poco pesada.
El Señor Jesucristo dijo que “el
discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor” (Mateo
10:24). No se estaba refiriendo a los milagros, ni al poder; sino al
sufrimiento y las vicisitudes que tendrían en la vida cristiana. Es feliz el
que encuentra a Jesucristo; pero el maligno tratará siempre que le sea posible arrebatarnos
la sonrisa de nuestros labios. El diablo sabe que no nos puede arrancar de la
mano de Dios (Romanos 8:35–39), pero pondrá todos los obstáculos posibles
delante de nosotros para que la obra de Dios se retrase. Él no puede acabar con
la obra de Dios, pero si puede hacer que el trabajo que realizas sea lento, sobre
todo cuando sedes a sus tentaciones y te rindes ante sus maquinaciones.
Al Señor lo llamaron demonio, lo despreciaron, lo vejaron y se opusieron
a sus enseñanzas. El Señor nos dijo siempre la verdad: Si quieres ser mi discípulo, tienes que seguirme (Lucas 9:23).
Seguir significa ser como el Señor, imitarlo, ser capaz de darlo todo por Él,
abandonar nuestras comodidades, si es necesario, para predicar la Palabra de
Dios, y aprender a poner la otra mejilla. En un mundo tan imperfecto, no
esperes que todo te salga bien; pero no seas vencido por las cosas malas,
véncelas con el bien (Romanos 12:21). No eres más que tu Maestro, así que,
debes estar dispuesto a soportar las pruebas, las agresiones del diablo y las
tormentas de la vida. No olvides que en tu barca viaja Jesús contigo. Él nos ha
enviado a predicar a un mundo que ama las tinieblas y necesita de la luz (Juan
3:19).
Es triste ver a los que se oponen al Señor asirse de nuestras imperfecciones,
decir que la Biblia tiene errores o contradicciones, aferrarse a los escándalos
financieros de algunas iglesias y usar hasta la mentira para bloquear la
verdad. El intelecto endeble del hombre caído está en nuestra contra, y siempre
se alzará en oposición, pero su conciencia por más que lo niegue siempre está
al lado de la verdad. El Señor dijo que el discípulo no es más que su maestro.
Cualquiera renunciaría al propósito de Dios al ver estas cosas, pero no un
creyente fiel (Juan 15:20). Dios todavía tiene un propósito para nuestras vidas
y Él lo cumplirá siempre que yo esté dispuesto a ser su siervo. “Jehová cumplirá su propósito en mí…” (Salmo
138:8).