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Monday, January 6, 2014

La Luz Verdadera

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. Juan 1:9–10
La luz de Dios vino en la persona de Jesucristo. El vino para alumbrar a todos los hombres en este mundo; aunque siempre estuvo aquí, porque Él fue el creador; pero el mundo no se daba cuenta de Él. A pesar de todas las cosas creadas (Romanos 1:20), decidimos rechazar al Dios de la creación e ignoramos todas las cosas hermosas que creó para llamar nuestra atención al hecho de que el Creador que mayor a su creación en la cual nos incluimos nosotros.
Dios lejos de rechazarnos envió a su Hijo para iluminar nuestras vidas llenas de obscuridad (Isaías 9:2). Todos los hombres tienen algo de esa luz y esa luz tiene algo especial. Es como si quisieras dormir durante un día soleado, y cierras las cortinas, siempre entre algo de la luz. Así el hombre cuando cierre su mente y su corazón a Dios, siempre recibe algo de la luz divina.
Los magos que llegaron del oriente a Jerusalén habían visto una estrella, con la cual Dios les reveló el nacimiento de un Rey para el pueblo de Israel. Así que, se dispusieron ir a buscarlo. Si era el Rey de los judíos lo más lógico para hallarlo era en la ciudad de Jerusalén, la capital de Israel, así que llegaron a Jerusalén para ver al niño Rey. Así pensamos todos los seres humanos; pensamos en la grandeza; pero Jesús nació de una manera muy humilde.
Dios les reveló a los magos que aquel que había nacido era un Rey, no un príncipe. No tendría que esperar para heredar el reino, porque Él ya era Rey y reinaba en los cielos. Jesús era un Rey que venía a reinar. Herodes trató de apagar la luz de Dios matando a los niños en Belén y sus alrededores; pero no lo logró (Mateo 2:16–18). Vivimos en la confusión paranoica de Herodes que mató a los niños por sentirse amenazado por el Rey que había nacido. ¿Qué poder tendría un niño contra su espada? El no entendía que su reinado no era militar ni político, era espiritual. Así que decidió apagar la luz. Así vive el mundo, sin Dios y con la luz apagada, llenos de temores y culpas; de angustias y tristezas por causa del pecado.
Aun así; nadie podrá apagar la luz que Dios envió a iluminar a los hombres. La luz del sol ilumina lo exterior; pero la luz de Dios, que es Jesucristo, penetra hasta lo más íntimo del corazón del hombre. El hombre en su obscuridad no puede ver con claridad; pero la luz de Dios es como esa luz que a pesar de tener cerradas nuestras cortinas, algo de ella pasa y nos damos cuenta que es de día. Es hora de despertar del sueño de la ignorancia y salir de la obscuridad. Es hora de abrir nuestras cortinas y dejar que esa luz que vino al mundo para alumbrarnos ilumine nuestras vidas. Entrega tu vida a Jesucristo nuestro Salvador. Él es tu Salvador; pero te salvará solo si tú lo dejas. Por muy obscura que parezca tu vida recuerda que la luz en la obscuridad resplandece (Juan 1:5).


Monday, June 11, 2012

La Luz del Mundo

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.  ~Mateo 5:14

Las tinieblas predominan en el mundo de hoy y hay necesidad de luz. Jesús dijo que sus discípulos son la luz de este mundo. Hay al menos tres cosas implícitas en este pasaje que son necesarias para dar luz.

1. El candelero o lámpara que representaba el evangelio. El Señor Jesús profirió palabras que sentenciaban a una iglesia que había olvidado su primer amor, o sea, su misión fundamental de llevar el evangelio. Esta fue la iglesia de Éfeso que aunque había hecho una labor extraordinaria, ahora habían dejado de hacer las primeras obras (Apocalipsis 2:5).

2. El aceite. El aceite era usado para el candelabro y las lámparas. ¿Su función? Iluminar la casa de Dios. El aceite representa al Espíritu Santo que es el que opera el nuevo nacimiento en nosotros. Sin el aceite no hay luz. Sin el Espíritu Santo tampoco hay luz. La iglesia puede transformarse en un lugar oscuro, donde no se descubren las impurezas, si es que  el Espíritu Santo no está iluminando el corazón. El aceite es usado en las Escrituras para ungir, para dar luz y para sanar, fundamentalmente (Isaías 1:6). El aceite de la santa unción era confeccionado de especias escogidas. Su fórmula era secreta, y nadie podía usarlo para fines profanos. Con ese aceite se ungían los utensilios del tabernáculo y a los sacerdotes que ministraban allí. El aceite aquí descrito alude al Espíritu Santo. La unción de Dios recaía sólo sobre los sacerdotes, los que ministraban delante de Dios. Así ocurre también hoy. Sólo los hijos de Dios — sacerdotes en el Nuevo Pacto — tienen esta unción, y su presencia sobre ellos los distingue y los honra. Por tanto tenemos que estar llenos del Espíritu para poder alumbrar más.

3. La llama de fuego. La llama es el resultado de tener el aceite en el lugar adecuado, o sea, en el depósito (el candelero). Sin embargo, para que la llama exista, tiene que ser encendida. El Espíritu Santo ha encendido esa llama en nosotros y es necesario que la pongamos en alto como nos instruyó nuestro Señor Jesucristo para que todos sean alumbrados. Se encendía una llama y con esta se encendía otra, y otra, y otra hasta que todas las lámparas en casa estuvieran encendidas. Es interesante que en el templo hubiera levitas dedicados solo a mantener las lámparas encendidas de día y de noche. Debemos dar Luz siempre, a pesar de las circunstancias.

La obscuridad no es en sentido literal, sino en sentido espiritual. Hablamos del corazón del hombre que está a obscuras de día y de noche. La luz es para alumbrar, no se esconde debajo de algo, sino arriba para dar su máximo potencial. Esto nos muestra el carácter público del evangelio. Jesús dijo: Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras,  y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos. Nuestra misión es alumbrar a todos los que podamos. Significa que tenemos que mostrarle al mundo lo que es Dios a través de nuestras  vidas, nuestro testimonio y nuestras palabras.

Hay luz en nosotros y tenemos que alumbrar porque el mundo en que vivimos está a obscuras. Nosotros podemos disipar las negruras porque somos lámparas de Dios encendidas con el fuego celestial del Espíritu Santo. Nuestro deber es alumbrar el camino de la vida a las almas que están llenas de tinieblas para que nuestra misión sea cumplida, en lo personal como hijos de Dios, y en conjunto como la Iglesia de Jesucristo.

¡Tienes luz…entonces…alumbra!