Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. ~Mateo 5:5
La palabra mansedumbre viene del adjetivo griego praus. En español hay que describir la mansedumbre con varias palabras y significa humilde, manso, dócil, suave, alguien con un carácter sosegado, tranquilo. Cuando Jesús fue bautizado la Palabra de Dios dice que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma (Juan 1:32). Juan no presentó a Jesús como el Rey que vendría a vencer, sino que dijo: He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Estos dos animales representan la mansedumbre, ya que poseen esta cualidad. En Juan 10 Jesús nos dice que El da su vida por las ovejas. En estos pasajes que hemos citado hay tres animales que se destacan por su mansedumbre, el cordero, la paloma, y la oveja. Los dos primeros fueron zoomorfismos del Señor y el tercero representante de los creyentes. La mansedumbre es una cualidad que debe destacarse en los hijos de Dios como uno de los frutos del Espíritu Santo que nos ha sido dado (Gálatas 5:22–23).
La mansedumbre no es algo meramente exterior, es algo interior. Es algo que tiene que ver con la obra del Espíritu Santo en nosotros y que nos capacita para aceptar la obra de Dios sin protestar y sin rebelarnos. El Espíritu Santo lo hace para que nos dobleguemos a la voluntad del Señor en lo que parece bueno y en lo que parece malo para que no nos rebelemos a la voluntad de Dios, entendiendo que Él está trabajando en nuestras vidas.
Jesús se identificó como manso y humilde (Mateo 11:29). Es de pretenderse que quien dijo estas palabras sea objeto de escrutinio. Pero El como el caballero de Dios no solo fue el que promulgó estas palabras, sino que abundantemente cumplió con todas las expectativas de Dios en su propia vida terrenal dándonos un ejemplo a seguir al ponerse por completo bajo la voluntad del Padre (Isaías 53:7). El no protestó, no se rebeló, el dejó que el Padre hiciera lo que había establecido. Una de las características del manso es que es sumiso y Jesús se puso bajo la autoridad de Dios (1 Pedro 2:21-24) en todo su ministerio terrenal. Aun en los momentos más duros, desde el Getsemaní hasta la cruz, dejó que se hiciera la voluntad del Padre (Lucas 22:42).
Este fruto del Espíritu Santo es desarrollado en nosotros cuando estamos bajo la autoridad de Dios, cuando no argumentamos con los porqués, sino que aceptamos Su voluntad en nuestras vidas sin importar lo que sea, sabiendo que Dios quiere lo mejor para nosotros. Dios quiere tratar con nuestro carácter, pero por causa del pecado y la rebelión que hay en nuestras vidas nos resulta difícil cuando alguien quiere imponernos algo. Dios trata de persuadirnos con amor y pacientemente educa nuestras almas a través de su Palabra para que podamos entender nuestra naturaleza caída y ser mansos, capaces de soportar el dolor, de no amotinarnos contra Dios y sufrir penalidades como buenos soldados de Jesucristo (2 Timoteo 2:3).
Es feliz el manso, ya que está a la mano de su Señor, el cual le dice que herede la tierra con su mansedumbre y no con conflictos, guerras y disensiones a las cuales los seres humanos estamos acostumbrados. Ser manso no es ser falto de autoridad, sino que es tener control sobre las circunstancias que nos rodean y aceptar quién está por encima de nosotros. Dios está por encima de nosotros, pero también hay personas que están por encima de nosotros, y a veces creemos que no vienen de Dios, al menos eso nosotros creemos, pero esas personas que a veces no nos agradan, han sido puestas por Dios para pulirnos y aprender mansedumbre.
Cuando tratamos con lo difícil nos damos cuenta de nuestro límite y tenemos que pedir la ayuda del Espíritu Santo para mantener intacto nuestro testimonio. Si no aprendemos a sujetarnos a las personas que están sobre nosotros, más difícil será someternos a Dios que no hemos visto. No es por fuerza, sino con el Espíritu de Dios (Zacarías 4:6). Ser manso no tiene que ver con tu capacidad, sino con la voluntad de Dios. No se trata de lo que tú piensas, sino de lo que Dios quiere para ti.
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Monday, March 26, 2012
Monday, March 19, 2012
Siervas del Señor
Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Gálatas 3:28).
Jesús vino a restablecer el lugar de la mujer dentro del ministerio cristiano. Nunca fue el propósito de Dios rebajar y destituir a la mujer del lugar que Él le dio desde el día que la creó. Esto lo hizo el pecado que desbalanceó en la mente de los seres humanos el verdadero propósito de Dios para nosotros. Dios realzó a la mujer dándole grandes privilegios: Fue una mujer el medio por el cual Jesús vino al mundo, fueron las mujeres las primeras en saber que Jesús era el Mesías, y fueron las primeras en conocer acerca de la resurrección del Señor. Es interesante que esto haya ocurrido así en medio de una sociedad en la cual la mujer no era considerada como importante.
Cuando Dios creó al hombre y a la mujer, le asignó a ambos la tarea de señorear la tierra (Génesis 1:27–28). No es el propósito de Dios que el hombre se enseñoree de la mujer; ambos fueron autorizados por Dios para asumir la tarea de sojuzgar la Tierra.
En Las Escrituras encontramos muchas mujeres que ocuparon posiciones de liderazgo en la vida religiosa, en la civil, y en la familiar. Es interesante conocer esto ya que muchos creyentes creen que hay ciertas tareas que están reservadas solo para los hombres.
En el Antiguo Testamento, ser profeta era la más alta función religiosa. El pueblo tenía que venir al sacerdote para que este fuera el intermediario con Dios, pero Dios le hablaba al sacerdote a través del profeta. Entre estos profetas se cita a María, que había sido nombrada por Dios como líder sobre Israel, junto con Moisés y Aarón, según leemos en Miqueas 6:4.
Débora — En el libro de los Jueces se menciona a la profetisa Débora que gobernaba en Israel. Ella dio información procedente de Jehová a Barac (Jueces 4:4–7, 14–16). Ella fue la que dio palabra de Dios a un varón.
Hulda — Profetisa que ejerció su ministerio durante el reinado de Josías (2 Crónicas 34). Esta mujer fue usada por Dios para enseñar su voluntad a un rey, a un Sumo Sacerdote, y a todo un pueblo, promoviendo una reforma religiosa de gran alcance (2 Crónicas 34:22–28).
La esposa de Isaías — Isaías llamó a su esposa “la profetisa” (Isaías 8:3).
En el Nuevo Testamento también tenemos ejemplos de mujeres que ocuparon un papel preponderante en el ministerio del Señor. Ellas sirvieron como colaboradoras, como líderes, como profetas, como evangelistas, y en toda clase de ministerios.
Ana — Una anciana que era profetisa. Ella “nunca faltaba del templo, rindiendo servicio sagrado noche y día con ayunos y ruegos,” “daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.” (Lucas 2:36–38).
Febe — Diaconisa de la iglesia de Cencrea (Romanos 16:1–2). La palabra griega que usa Pablo para referirse a Febe es “prostátis” que denota a alguien que está al frente, alguien que preside.
Priscila — Colaboradora de la obra del Señor (Romanos 16:3) que arriesgó su vida junto a su esposo por ayudar a Pablo.
Podemos citar muchos nombres de mujeres que están en la Palabra de Dios, en la historia de la iglesia, y en nuestra iglesia local como ejemplo digno de servicio, liderazgo y colaboración en la obra, para que estos ejemplos no dejen lugar a dudas del papel que ha asumido y asume la mujer en el ministerio de la obra del Señor. Desde el comienzo ellas han sido fieles colaboradoras y siervas en el servicio del Señor en la iglesia de Jesucristo. El impedimento para que ellas se desarrollen en la obra ha sido el pecado, el machismo, la ignorancia que tienen algunos de Las Escrituras, el celo y el deseo de los que quieren establecer el ministerio del Señor como algo exclusivo a los hombres.
Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Gálatas 3:28).
Jesús vino a restablecer el lugar de la mujer dentro del ministerio cristiano. Nunca fue el propósito de Dios rebajar y destituir a la mujer del lugar que Él le dio desde el día que la creó. Esto lo hizo el pecado que desbalanceó en la mente de los seres humanos el verdadero propósito de Dios para nosotros. Dios realzó a la mujer dándole grandes privilegios: Fue una mujer el medio por el cual Jesús vino al mundo, fueron las mujeres las primeras en saber que Jesús era el Mesías, y fueron las primeras en conocer acerca de la resurrección del Señor. Es interesante que esto haya ocurrido así en medio de una sociedad en la cual la mujer no era considerada como importante.
Cuando Dios creó al hombre y a la mujer, le asignó a ambos la tarea de señorear la tierra (Génesis 1:27–28). No es el propósito de Dios que el hombre se enseñoree de la mujer; ambos fueron autorizados por Dios para asumir la tarea de sojuzgar la Tierra.
En Las Escrituras encontramos muchas mujeres que ocuparon posiciones de liderazgo en la vida religiosa, en la civil, y en la familiar. Es interesante conocer esto ya que muchos creyentes creen que hay ciertas tareas que están reservadas solo para los hombres.
En el Antiguo Testamento, ser profeta era la más alta función religiosa. El pueblo tenía que venir al sacerdote para que este fuera el intermediario con Dios, pero Dios le hablaba al sacerdote a través del profeta. Entre estos profetas se cita a María, que había sido nombrada por Dios como líder sobre Israel, junto con Moisés y Aarón, según leemos en Miqueas 6:4.
Débora — En el libro de los Jueces se menciona a la profetisa Débora que gobernaba en Israel. Ella dio información procedente de Jehová a Barac (Jueces 4:4–7, 14–16). Ella fue la que dio palabra de Dios a un varón.
Hulda — Profetisa que ejerció su ministerio durante el reinado de Josías (2 Crónicas 34). Esta mujer fue usada por Dios para enseñar su voluntad a un rey, a un Sumo Sacerdote, y a todo un pueblo, promoviendo una reforma religiosa de gran alcance (2 Crónicas 34:22–28).
La esposa de Isaías — Isaías llamó a su esposa “la profetisa” (Isaías 8:3).
En el Nuevo Testamento también tenemos ejemplos de mujeres que ocuparon un papel preponderante en el ministerio del Señor. Ellas sirvieron como colaboradoras, como líderes, como profetas, como evangelistas, y en toda clase de ministerios.
Ana — Una anciana que era profetisa. Ella “nunca faltaba del templo, rindiendo servicio sagrado noche y día con ayunos y ruegos,” “daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.” (Lucas 2:36–38).
Febe — Diaconisa de la iglesia de Cencrea (Romanos 16:1–2). La palabra griega que usa Pablo para referirse a Febe es “prostátis” que denota a alguien que está al frente, alguien que preside.
Priscila — Colaboradora de la obra del Señor (Romanos 16:3) que arriesgó su vida junto a su esposo por ayudar a Pablo.
Podemos citar muchos nombres de mujeres que están en la Palabra de Dios, en la historia de la iglesia, y en nuestra iglesia local como ejemplo digno de servicio, liderazgo y colaboración en la obra, para que estos ejemplos no dejen lugar a dudas del papel que ha asumido y asume la mujer en el ministerio de la obra del Señor. Desde el comienzo ellas han sido fieles colaboradoras y siervas en el servicio del Señor en la iglesia de Jesucristo. El impedimento para que ellas se desarrollen en la obra ha sido el pecado, el machismo, la ignorancia que tienen algunos de Las Escrituras, el celo y el deseo de los que quieren establecer el ministerio del Señor como algo exclusivo a los hombres.
Tuesday, March 13, 2012
Yo Soy la Luz del Mundo
Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. ~Juan 8:12
Hay una interrogante que han tenido los seres humanos a través de los siglos y es el descubrir ¿qué es la luz? Diferentes teorías se han ido desarrollando para interpretar la naturaleza de la luz hasta llegar al conocimiento actual. Las primeras aportaciones conocidas son las de Lepucio (450 a.C.) perteneciente a la escuela atomista, que consideraban que los cuerpos eran focos que desprendían imágenes, algo así como halos oscuros, que eran captados por los ojos y de éstos pasaban al alma, que los interpretaba.
Los partidarios de la escuela pitagórica afirmaban justamente lo contrario: no eran los objetos los focos emisores, sino los ojos. Su máximo representante fue Apuleyo (400 a.C.); haciendo un símil con el sentido del tacto, suponían que el ojo palpaba los objetos mediante una fuerza invisible a modo de tentáculo, y al explorar los objetos determinaba sus dimensiones y color.
Dentro de la misma escuela, Euclides (300 a.C.) introdujo el concepto de rayo de luz emitido por el ojo, que se propagaba en línea recta hasta alcanzar el objeto. Pasarían trece siglos antes de que el árabe Ajasen Basora (965-1039) opinara que la luz era un proyectil que provenía del Sol, rebotaba en los objetos y de éstos al ojo.
¿Qué es la luz? Los sabios de todas las épocas han tratado de responder a esta pregunta. Los griegos suponían que la luz emanaba de los objetos, y era algo así como un ‘espectro’ de los mismos, extraordinariamente sutil, que al llegar al ojo del observador le permitía verlo.
De esta manera los griegos y los egipcios se abocaron a la solución de estos problemas sin encontrar respuestas adecuadas. Todavía no sabemos exactamente qué es la luz. Entre las teorías contemporáneas, algunos dicen que es una onda electromagnética, otros que es energía, y otros que es materia. Lo que sí sabemos es lo que hace la luz.
1. La luz revela
No hay nada más preciado por el hombre que poder ver. La óptica es la parte de la física que estudia la luz y los fenómenos relacionados con ella, y su estudio comienza cuando el hombre intenta explicarse el fenómeno de la visión. La Biblia habla de varios casos de ceguera. Los ciegos son personas que tienen muchas limitaciones. El no poder ver trae como consecuencia el no poder caminar con libertad, el no tener acceso a los colores y las imágenes, etc. La luz revela todas las cosas. Jesús vino a un mundo de ciegos a revelar el plan de Dios y a mostrarnos que Él era esa luz de la cual nos escondimos por mucho tiempo para que nuestras maldades no fueran reveladas (Jeremías 33:6; Lucas 2:25–32; Juan 3:19–21).
2. La luz alimenta
Las plantas necesitan de la luz para producir los alimentos que comen los animales. A la vez los seres humanos se alimentan de plantas y animales. Es toda una cadena alimenticia que comienza con la luz. El hambre es una de las principales causas del sufrimiento de la humanidad. Se sufre por hambre física y se sufre por hambre espiritual. La luz del mundo que trajo el Pan de Vida alimenta a un hombre desnutrido espiritualmente que enflaquece por inanición espiritual. Si el cuerpo necesita de alimento, el alma también (Juan 6:35, 48, 51).
3. La luz calienta
Los animales de sangre fría obtienen su energía para comenzar el día cuando los primeros rayos del sol salen en la mañana y son calentados sus cuerpos por ellos. ¿Qué sería de este mundo si no hubiera Luz? No existirían las plantas ni lo animales. Con la luz vino la esperanza de la vida terrenal. ¿Qué sería de los seres humanos si la Luz del mundo, Jesucristo, no nos hubiese iluminado? Con la luz de Dios vino la esperanza de la vida eterna (Isaías 60:1). En este siglo de luces hay una gran obscuridad en las almas de los hombres. Nuestra súplica va dirigida a todo hombre en todo lugar para que abran su corazón a Cristo, se arrepientan y lo dejen entrar para que sus almas sean iluminadas (Hechos 17:30).
Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. ~Juan 8:12
Hay una interrogante que han tenido los seres humanos a través de los siglos y es el descubrir ¿qué es la luz? Diferentes teorías se han ido desarrollando para interpretar la naturaleza de la luz hasta llegar al conocimiento actual. Las primeras aportaciones conocidas son las de Lepucio (450 a.C.) perteneciente a la escuela atomista, que consideraban que los cuerpos eran focos que desprendían imágenes, algo así como halos oscuros, que eran captados por los ojos y de éstos pasaban al alma, que los interpretaba.
Los partidarios de la escuela pitagórica afirmaban justamente lo contrario: no eran los objetos los focos emisores, sino los ojos. Su máximo representante fue Apuleyo (400 a.C.); haciendo un símil con el sentido del tacto, suponían que el ojo palpaba los objetos mediante una fuerza invisible a modo de tentáculo, y al explorar los objetos determinaba sus dimensiones y color.
Dentro de la misma escuela, Euclides (300 a.C.) introdujo el concepto de rayo de luz emitido por el ojo, que se propagaba en línea recta hasta alcanzar el objeto. Pasarían trece siglos antes de que el árabe Ajasen Basora (965-1039) opinara que la luz era un proyectil que provenía del Sol, rebotaba en los objetos y de éstos al ojo.
¿Qué es la luz? Los sabios de todas las épocas han tratado de responder a esta pregunta. Los griegos suponían que la luz emanaba de los objetos, y era algo así como un ‘espectro’ de los mismos, extraordinariamente sutil, que al llegar al ojo del observador le permitía verlo.
De esta manera los griegos y los egipcios se abocaron a la solución de estos problemas sin encontrar respuestas adecuadas. Todavía no sabemos exactamente qué es la luz. Entre las teorías contemporáneas, algunos dicen que es una onda electromagnética, otros que es energía, y otros que es materia. Lo que sí sabemos es lo que hace la luz.
1. La luz revela
No hay nada más preciado por el hombre que poder ver. La óptica es la parte de la física que estudia la luz y los fenómenos relacionados con ella, y su estudio comienza cuando el hombre intenta explicarse el fenómeno de la visión. La Biblia habla de varios casos de ceguera. Los ciegos son personas que tienen muchas limitaciones. El no poder ver trae como consecuencia el no poder caminar con libertad, el no tener acceso a los colores y las imágenes, etc. La luz revela todas las cosas. Jesús vino a un mundo de ciegos a revelar el plan de Dios y a mostrarnos que Él era esa luz de la cual nos escondimos por mucho tiempo para que nuestras maldades no fueran reveladas (Jeremías 33:6; Lucas 2:25–32; Juan 3:19–21).
2. La luz alimenta
Las plantas necesitan de la luz para producir los alimentos que comen los animales. A la vez los seres humanos se alimentan de plantas y animales. Es toda una cadena alimenticia que comienza con la luz. El hambre es una de las principales causas del sufrimiento de la humanidad. Se sufre por hambre física y se sufre por hambre espiritual. La luz del mundo que trajo el Pan de Vida alimenta a un hombre desnutrido espiritualmente que enflaquece por inanición espiritual. Si el cuerpo necesita de alimento, el alma también (Juan 6:35, 48, 51).
3. La luz calienta
Los animales de sangre fría obtienen su energía para comenzar el día cuando los primeros rayos del sol salen en la mañana y son calentados sus cuerpos por ellos. ¿Qué sería de este mundo si no hubiera Luz? No existirían las plantas ni lo animales. Con la luz vino la esperanza de la vida terrenal. ¿Qué sería de los seres humanos si la Luz del mundo, Jesucristo, no nos hubiese iluminado? Con la luz de Dios vino la esperanza de la vida eterna (Isaías 60:1). En este siglo de luces hay una gran obscuridad en las almas de los hombres. Nuestra súplica va dirigida a todo hombre en todo lugar para que abran su corazón a Cristo, se arrepientan y lo dejen entrar para que sus almas sean iluminadas (Hechos 17:30).
Monday, March 5, 2012
Bienaventurados los que Lloran
Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. ~Mateo 5:4
En una sociedad moderna donde se evade el sacrificio y se honra la comodidad no hay espacio para llorar, aunque se llora. Sin embargo, la Palabra de Dios nos presenta otra aparente paradoja. ¿Será que acaso podemos llorar y ser bienaventurados a la vez? El Señor dijo que sí y aun más nos prometió que recibiríamos consolación. Pero, ¿por qué lloramos?
Los seres humanos tenemos muchas razones por las cuales llorar. Hay personas a las que un anuncio de televisión los hace llorar, una película, otros por enojo, por impotencia, por cólera o por dolor físico, otros por soledad, por incomprensión, otros por depresión o por dar a luz, otros por felicidad, otros por una pérdida, otros por separación, otros por prosperidad, hasta por cortar cebolla lloramos. Hay otros motivos también por los cuales la gente llora. El ladrón llora porque fue atrapado y tiene que ir a la cárcel; el borracho llora porque el alcohol le produjo cirrosis hepática; el promiscuo llora porque tiene SIDA, etc. (2 Corintios 7:10). Pero, ¿cuál es el verdadero motivo que nos llevaría a tener esta segunda bienaventuranza? Para los que creen en Jesús, llorar tiene que ver con algo diferente:
1. Llorar implica arrepentimiento por nuestros pecados (Isaías 55:7). Las lágrimas de arrepentimiento producen salvación para todo aquel que cree que Jesús vino a salvarlo y perdonar sus pecados (Juan 3:16). A medida que vamos conociendo más de Jesús, nos damos cuenta cuánto costó la cruz para Dios. Fue un alto precio que pagó el Señor y esto nos hace derramar lágrimas de arrepentimiento por nuestra maldad (Salmo 49:7–9; 1 Corintios 6:20; Romanos 6:23).
2. Llorar implica sacrificio. Todo lo que le hemos prometido a Dios demanda gran sacrificio y debemos cumplirlo (Jonás 2:9). Al entregarnos al Señor prometimos obedecer y seguirle. Estas dos cosas son muy difíciles de hacer en este mundo que está lejos de Dios, por eso demandan sacrificio.
3. Llorar implica servicio. Para servir a Dios tenemos que usar mucha de nuestras fuerzas, ya que la resistencia en contra de este servicio es muy grande. Satanás y todas sus fuerzas trabajan sin descanso para que la tarea de servir al Señor se haga difícil (Salmo 126:6).
4. Llorar implica sufrimiento. Sufrimos por los que se pierden y sufrimos por los que nos hacen mal por ser creyentes (Salmo 42:1–3; Mateo 23:37; Lucas 6:22). Hay una promesa de parte del Señor de que nuestras lágrimas serán secadas aquel día cuando estemos en su presencia. A los fieles Él les enjugará sus lágrimas y nunca más llorarán, porque todo el sufrimiento pasó para no volver jamás (Apocalipsis 21:4).
5. Llorar implica gozo. ¿Puede haber gozo en el sufrimiento? Claro que sí (Lucas 6:21b). Por el gozo de nuestra salvación el Señor fue a la cruz (Hebreos 12:2). Al conocer a Cristo, nuestro corazón se llena de gozo y aún en las circunstancias más difíciles, en los retos que tenemos por delante, el gozo nos acompaña como el adorno de la gracia de Dios en nosotros (Juan 16:20–22).
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. ~Mateo 5:4
En una sociedad moderna donde se evade el sacrificio y se honra la comodidad no hay espacio para llorar, aunque se llora. Sin embargo, la Palabra de Dios nos presenta otra aparente paradoja. ¿Será que acaso podemos llorar y ser bienaventurados a la vez? El Señor dijo que sí y aun más nos prometió que recibiríamos consolación. Pero, ¿por qué lloramos?
Los seres humanos tenemos muchas razones por las cuales llorar. Hay personas a las que un anuncio de televisión los hace llorar, una película, otros por enojo, por impotencia, por cólera o por dolor físico, otros por soledad, por incomprensión, otros por depresión o por dar a luz, otros por felicidad, otros por una pérdida, otros por separación, otros por prosperidad, hasta por cortar cebolla lloramos. Hay otros motivos también por los cuales la gente llora. El ladrón llora porque fue atrapado y tiene que ir a la cárcel; el borracho llora porque el alcohol le produjo cirrosis hepática; el promiscuo llora porque tiene SIDA, etc. (2 Corintios 7:10). Pero, ¿cuál es el verdadero motivo que nos llevaría a tener esta segunda bienaventuranza? Para los que creen en Jesús, llorar tiene que ver con algo diferente:
1. Llorar implica arrepentimiento por nuestros pecados (Isaías 55:7). Las lágrimas de arrepentimiento producen salvación para todo aquel que cree que Jesús vino a salvarlo y perdonar sus pecados (Juan 3:16). A medida que vamos conociendo más de Jesús, nos damos cuenta cuánto costó la cruz para Dios. Fue un alto precio que pagó el Señor y esto nos hace derramar lágrimas de arrepentimiento por nuestra maldad (Salmo 49:7–9; 1 Corintios 6:20; Romanos 6:23).
2. Llorar implica sacrificio. Todo lo que le hemos prometido a Dios demanda gran sacrificio y debemos cumplirlo (Jonás 2:9). Al entregarnos al Señor prometimos obedecer y seguirle. Estas dos cosas son muy difíciles de hacer en este mundo que está lejos de Dios, por eso demandan sacrificio.
3. Llorar implica servicio. Para servir a Dios tenemos que usar mucha de nuestras fuerzas, ya que la resistencia en contra de este servicio es muy grande. Satanás y todas sus fuerzas trabajan sin descanso para que la tarea de servir al Señor se haga difícil (Salmo 126:6).
4. Llorar implica sufrimiento. Sufrimos por los que se pierden y sufrimos por los que nos hacen mal por ser creyentes (Salmo 42:1–3; Mateo 23:37; Lucas 6:22). Hay una promesa de parte del Señor de que nuestras lágrimas serán secadas aquel día cuando estemos en su presencia. A los fieles Él les enjugará sus lágrimas y nunca más llorarán, porque todo el sufrimiento pasó para no volver jamás (Apocalipsis 21:4).
5. Llorar implica gozo. ¿Puede haber gozo en el sufrimiento? Claro que sí (Lucas 6:21b). Por el gozo de nuestra salvación el Señor fue a la cruz (Hebreos 12:2). Al conocer a Cristo, nuestro corazón se llena de gozo y aún en las circunstancias más difíciles, en los retos que tenemos por delante, el gozo nos acompaña como el adorno de la gracia de Dios en nosotros (Juan 16:20–22).