Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. (Mateo 5:9)
Uno
de los frutos del Espíritu es la paz (Gálata 5:22); pero para llegar a tener
paz en el corazón es necesario haber conocido a Cristo. La paz es uno de los
dones celestiales más preciados por el hombre; sin embargo, la paz no es la
ausencia de la guerra, sino el bienestar de la persona. La palabra hebrea para
paz (shalom) y la griega (eiréne) siempre quieren decir todo lo
que contribuye al bienestar supremo del hombre. En el Oriente cuando un hombre
le dice a otro: ¡Salám! que es la misma palabra, no quiere decir que le desea
al otro solamente la ausencia de males; le desea la presencia de todos los
bienes. En la Biblia, paz quiere decir no solamente liberación de todos los
problemas, sino disfrutar de todas las cosas buenas.
El
principio de toda paz es el estar en paz con Dios (Romanos 5:1). La fe produce
paz porque nos da la convicción de que todo bienestar proviene de Dios (Salmo
13:6). El hombre, por su naturaleza caída, vive en una continua rebelión contra
Dios y se cree el centro de todas las cosas; pero la única manera de tener paz
es dejar que Dios tome el centro y dirección de nuestras vidas. Siempre que
conducimos nuestro automóvil tenemos el temor de equivocarnos o de que otro
cometa un error que nos lleve a un accidente. Cuando nos ponemos en las manos
de Dios, tenemos perfecta paz porque quien conduce no está sujeto a desaciertos
(Mateo 5:48).
Cristo
es el príncipe de paz (Isaías 9:6).
Todos los adversarios que trataban de dañarnos, Dios los venció a través de
Cristo para garantizarnos la paz y el bienestar. Ni el pasado, ni la muerte, ni
la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni el presente, ni el
futuro pueden quitarnos la paz si confiamos en la obra redentora de Cristo
(Romanos 8:38–39).
La
paz no es un accidente que simplemente ocurre en un momento. La paz hay que
buscarla, luchar por ella y mantenerla (Salmo 34:14; Hebreos 12:14; Romanos
12:18). Si Dios trabaja todavía, nosotros también debemos hacerlo (Juan 5:17). La paz no se consigue sólo con buenas
palabras. Para disfrutar de ella hay que estar dispuesto a luchar, a
esforzarnos y trabajar por ella. La paz se erige con el esfuerzo de cada
creyente por el bienestar de los demás. Esta es, precisamente, la virtud que el
mismo Jesús honraba al inicio de su Sermón del Monte dejándonos como una bienaventuranza
el ser pacificadores: Bienaventurados los
pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mateo 5:9).
La
paz de Dios no busca cambiar solamente las apariencias y lo meramente
superficial; su objetivo es lograr una paz interior. Dios quiere llegar a lo
más profundo del ser humano y dejarnos su paz (Juan 14:27). Paz con Dios, paz
con el prójimo y paz con uno mismo. Porque, en la medida que nuestras vidas son
ordenadas según la voluntad de Dios, se acrecienta la paz en nuestros corazones
y nos convertimos por ende en pacificadores. De manera que, esa actitud que
viene del Padre, hace que la gente vea a Dios en nosotros y nos distinga como
hijos de Dios.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento,
guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
(Filipenses 4:7)
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