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Wednesday, May 9, 2012

Bienventurados los Pacificadores

Por: Pastor Carlos A. Goyanes


Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
(Mateo 5:9)

Uno de los frutos del Espíritu es la paz (Gálata 5:22); pero para llegar a tener paz en el corazón es necesario haber conocido a Cristo. La paz es uno de los dones celestiales más preciados por el hombre; sin embargo, la paz no es la ausencia de la guerra, sino el bienestar de la persona. La palabra hebrea para paz (shalom) y la griega (eiréne) siempre quieren decir todo lo que contribuye al bienestar supremo del hombre. En el Oriente cuando un hombre le dice a otro: ¡Salám! que es la misma palabra, no quiere decir que le desea al otro solamente la ausencia de males; le desea la presencia de todos los bienes. En la Biblia, paz quiere decir no solamente liberación de todos los problemas, sino disfrutar de todas las cosas buenas.

El principio de toda paz es el estar en paz con Dios (Romanos 5:1). La fe produce paz porque nos da la convicción de que todo bienestar proviene de Dios (Salmo 13:6). El hombre, por su naturaleza caída, vive en una continua rebelión contra Dios y se cree el centro de todas las cosas; pero la única manera de tener paz es dejar que Dios tome el centro y dirección de nuestras vidas. Siempre que conducimos nuestro automóvil tenemos el temor de equivocarnos o de que otro cometa un error que nos lleve a un accidente. Cuando nos ponemos en las manos de Dios, tenemos perfecta paz porque quien conduce no está sujeto a desaciertos (Mateo 5:48).

Cristo es el príncipe de paz (Isaías 9:6). Todos los adversarios que trataban de dañarnos, Dios los venció a través de Cristo para garantizarnos la paz y el bienestar. Ni el pasado, ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni el presente, ni el futuro pueden quitarnos la paz si confiamos en la obra redentora de Cristo (Romanos 8:38–39).

La paz no es un accidente que simplemente ocurre en un momento. La paz hay que buscarla, luchar por ella y mantenerla (Salmo 34:14; Hebreos 12:14; Romanos 12:18). Si Dios trabaja todavía, nosotros también debemos hacerlo (Juan  5:17). La paz no se consigue sólo con buenas palabras. Para disfrutar de ella hay que estar dispuesto a luchar, a esforzarnos y trabajar por ella. La paz se erige con el esfuerzo de cada creyente por el bienestar de los demás. Esta es, precisamente, la virtud que el mismo Jesús honraba al inicio de su Sermón del Monte dejándonos como una bienaventuranza el ser pacificadores: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mateo 5:9).

La paz de Dios no busca cambiar solamente las apariencias y lo meramente superficial; su objetivo es lograr una paz interior. Dios quiere llegar a lo más profundo del ser humano y dejarnos su paz (Juan 14:27). Paz con Dios, paz con el prójimo y paz con uno mismo. Porque, en la medida que nuestras vidas son ordenadas según la voluntad de Dios, se acrecienta la paz en nuestros corazones y nos convertimos por ende en pacificadores. De manera que, esa actitud que viene del Padre, hace que la gente vea a Dios en nosotros y nos distinga como hijos de Dios.

Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4:7)


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