“…y tu Padre que
ve en lo secreto te recompensará en público.” ~ Mateo 6:4b
Una de las preocupaciones mayores de los seres
humanos es dar a conocer lo que hacen. Ser reconocidos se convierte a veces en
el afán de los que obran en alguna tarea en la viña del Señor. Sin embargo, la
Palabra de Dios nos enseña que no debemos alabarnos ni reconocernos nosotros
mismos, sino que Dios lo hará de alguna manera (Proverbios 27:2; 1
Tesalonicenses 5:12).
Nos preocupamos de que la gente sepa, pero Dios ve
en lo secreto. Quizás en la mayoría de los casos en que queremos que la gente
sepa lo que hacemos para la obra del Señor no hay malas intenciones como las
que expresó Jesús acerca de los que daban limosnas y oraban en las calles
(Mateo 6:2, 3 y 5), pero nuestra mayor preocupación no debe ser el
reconocimiento, ni las fanfarrias, sino hacer la obra del Señor (Tito 3:4–5).
El verdadero mensaje no está en lo que yo hago, sino en lo que Dios hace a
través de nosotros; de otra manera le estamos robando la gloria a Dios que es
quien actúa en nosotros por el poder del Espíritu Santo.
Los religiosos de la época de Jesús, cuando daban
limosna, lo ha-cían para ser reconocidos públicamente por las personas, para
que vieran sus buenas obras y los alabaran. Sonar trompeta (Mateo 6:2) alude al
hecho de anunciarse para que la gente viera cuán bueno eran al dar limosna a
los pobres. También oraban en las esquinas de las calles para que la gente
viera cuán consagrados eran (Mateo 6:5). Hemos descubierto a lo largo de
nuestra vida cristiana que es Dios quien da la recompensa a nuestros actos, ya
sean buenos o malos, y que es hipocresía el tratar de sobresalir
espiritualmente por encima de los demás. Es Dios quien a través de nuestro
servicio fiel y santo nos da el premio a nuestra labor. Los hombres podrán
ponernos coronas que se corrompen, pero Dios nos premia para la eternidad.
No practiques tu justicia delante de los hombres
para ser vistos por ellos (Mateo 6:1). Jesús nos alerta del peligro de caer en
la tentación de practicar la vida cristiana delante de los hombres para ser
vistos, alabados y apreciados por ellos. Esta tentación corre el peligro de
exponernos como el centro, en vez de
procurar que sea conocido Dios, que es el origen de todas las obras. Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que
están los cielos (Mateo 5:16).
Como hijos de Dios debemos de estar conscientes que
la gloria le corresponde al Padre Celestial. Si eres hijo, compórtate como
hijo. Un hijo de Dios busca la gloria del Padre y no la suya propia. Si uno se
apropia de la gloria debida al Padre, deja de ser hijo y se convierte en ladrón
y usurpador. El apóstol Pablo fue claro al decir: Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las
cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios
2:10). Lo que tenemos lo recibimos de Dios y a Él le damos la gloria. Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes
que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo
hubieras recibido? (1Corintios 4:7).
Pensamos que nadie va a apreciar lo que hacemos,
pero Dios recompensa y lo hace en público (Mateo 6:4b). El creyente que busca
la gloria para sí mismo es un creyente que tiene una mala relación con Dios y
en su conducta de celebración egocéntrica ha sacado a Cristo del centro de su
vida. Toda nuestra vida debe redundar para la gloria del Señor. Mas el que se gloría, gloríese en el Señor…
(2 Corintios 10:17). Lo que nadie puede ver lo ve Dios. Dios mira las
intenciones del corazón y recompensa lo que hacemos aunque nadie lo sepa. El ve
en la intimidad de nuestras vidas, en lo secreto de nuestra existencia y da la
recompensa verdadera que agrada al corazón. Hay felicidad en obrar para el
Señor y no hay paga mejor que la que Él nos da. Para Dios no hay nada secreto y
lo que está oculto a los ojos humanos Él lo recompensa en público.
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