Pastor Carlos A. Goyanes
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el
principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios
Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. ~Isaías 9:6
Con el
nacimiento de Jesús en Belén de Judea, Dios se acercaba al hombre. Pero su
acercamiento fue de una manera distinta a la que el hombre estaba acostumbrado.
Hasta ese momento Dios hablaba a través de los profetas, de sueños, visiones,
de muchas maneras y de muchas formas (Hebreos 1:1–2); pero ahora lo hacía
tomando nuestro lugar, nuestra forma. Si otrora Dios nos había hecho a su
imagen y semejanza, ahora Él tomaba la forma de nosotros los hombres. Dios se
hizo carne para habitar entre nosotros (Juan 1:14). Un hijo nos fue dado,
alguien que fuera igual a nosotros, perfectamente hombre para tomar el lugar
del hombre y perfectamente Dios para mediar
en el conflicto entre el ser humano pecador y Dios (1 Timoteo 2:5).
La gracia
y la misericordia de Dios vinieron al mundo cuando su Hijo nos fue dado. Dios
cumplió la promesa que tanto se había anunciado a lo largo de la historia. Su
Hijo amado en el cual Él se complacía vino al mundo a cumplir con su misión
redentora (Isaías 42:1; Mateo 3:17). Verdaderamente recibimos un hijo de los
hombres, semejante a nosotros y sufriente cual Varón de dolores (Isaías 53:3).
La historia del romance de Dios es la
historia de amor más grande que haya existido. Un Dios creador, grandioso y
eterno; por amor, se humilla para rescatar a una humanidad perdida. Deja todo
lo que tenía en el cielo y viene aquí, a este lugar de corrupción para salvar
(Filipenses 2:5-8).