Por: Pastor Carlos A. Goyanes
“Y
como él llegó a la otra parte en el territorio de los Gergesenos; le vinieron
al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, fieros en gran
manera, así que nadie podía pasar por aquel camino. Y, he aquí, clamaron,
diciendo: ¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido ya acá a
molestarnos antes de tiempo?”
~Mateo 8:28–29 (RV 1865)
La historia que
se narra en Mateo 8:28–34 es muy parecida a la historia de Marcos 5:1–20 y Lucas 8:26–39. En la historia
de Mateo se mencionan dos endemoniados, pero en la de Marcos y Lucas se
menciona solo un endemoniado. Estos pasajes han servido para establecer una
controversia entre los cristianos y los enemigos de la fe aludiendo a supuestas
contradicciones en la Biblia. Los cierto es que la ciudad de Gadara y la ciudad
de Gergesa eran muy importantes y conocidas en el tiempo de Jesús, de manera
que al estar algo cercanas y ser tan importantes, eran mencionadas
indistintamente para referirse a la región con el nombre de cualquiera de estas
dos ciudades. La supuesta contradicción bíblica no existe, ya que en la versión
Reina de Valera de 1960 se usa Gadara y no Gergesa para referirse en Mateo a
Gergesa, lo que no ocurre en la Reina de Valera de 1865 que sí se refiere a
Gergesa. En Mateo eran dos endemoniados de Gergesa y en Marcos y Lucas era un
endemoniado de Gadara, De manera que, Jesús hizo dos milagros al echar los
demonios de dos hombres de Gergesa y uno de Gadara.
Lo más
importante de este pasaje es la autoridad de Jesús. Un poco antes, Jesús estaba
navegando por el Mar de Galilea y se había levantado una tormenta. El hizo que
los elementos de la naturaleza se humillaran ante su poder, aquietando el mar y
enmudeciendo al viento. Ahora mostraba su dominio sobre los demonios. Aquellos
hombres estaban poseídos y el Señor con su divina autoridad ordenó a los
demonios que salieran de aquellos dos hombres, de manera que, quedaron libres
de esos espíritus de maldad que los atormentaban. Por eso es necesario que el
Señor tenga el control absoluto sobre nuestras vidas, para que ningún espíritu
de maldad nos moleste.
Los creyentes le echamos toda la culpa de nuestros males a satanás y
lo declaramos nuestro único enemigo. Lo cierto es que los cristianos tenemos
tres enemigos que son el diablo, el mundo y la carne. Así que, debemos
distinguir cuando le estamos dando lugar a uno de estos tres enemigos del alma
en nuestras vidas. Existe una lucha espiritual por la obtención del control (Efesios
6:12). El diablo y sus demonios procuran destruirnos utilizando cualquier medio
posible para impedir todo lo que glorifique al Señor. Por otro lado, el mundo
cada vez se constituye en algo más atrayente para llenar nuestros ojos de
tentaciones y apartarnos de la verdad, y nuestra carne, nuestra naturaleza
caída, persiste a pesar de nuestra regeneración espiritual e intenta separarnos
de la fe, para que vivamos una vida fuera de foco, distorsionada por el yo. En otras
palabras, para que vivamos una vida que no agrada a Dios.
Como cristianos, debemos estar atentos para detectar y a guardarnos de
toda persona, circunstancia o causa que quieren hacernos caer. No podemos
sentir que estamos derrotados, porque Jesús venció por nosotros (Juan 16:33). Estamos
inmersos en una batalla la cual Jesús libra a nuestro favor (1 Juan 4:4). El
venció a satanás y sus demonios, y ellos lo saben ya que le temen (Mateo 8:29; Santiago 2:19).
Si hemos nacido de nuevo, podemos vencer al mundo creyendo en el Señor que es
la Suprema Autoridad del universo (1 Juan 5:4).
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