Monday, June 3, 2013

¿Sabes a Dónde te Diriges?

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Lucas 13:27

Ser salvos no es decir que creemos en Cristo, sino haber sido sellados por el Espíritu Santo después de haber creído en nuestro corazón. Es más que un acto externo de reconocimiento. Es todo nuestro ser rendido absolutamente al Señor. Es cierto que haber conocido a Cristo no cambia nuestras vidas como por arte de magia, hay que esforzarse por creer y ser mejores discípulos. Lo que sí está claro es que una persona que realmente ha conocido a Cristo es aquella que cambió de rumbo, de una vida mundana a una vida consagrada a Dios. Es una persona que antes era rebelde y ahora obedece al Señor.

1. Quo Vadis Domini (¿A dónde vas, Señor?)
El Señor habló a sus discípulos de irse poco antes de su muerte, en el aposento alto, donde estaban cenando los doce (Juan 13:33). Y Pedro preguntó: Señor, ¿a dónde vas? (Juan 13:36). Es claro que Jesús estaba diciendo que iba al Padre, las moradas eternas. Habiendo sido sacrifi-cado y cumplido con su ministerio terrenal, iba a preparar lugar para nosotros (Juan 14:2). Él sabía a dónde iba; pero… ¿a dónde vas tú?...

2. Quo Vadis (¿A dónde vas?)
¿Sabes hacia dónde te diriges? Una vida cristiana externa no ofrece salvación. Alguien que ha conocido a Cristo, comenzó su cambio desde adentro y no desde afuera, porque la vida cristiana no es un ritual de obediencia externa. Aun desde la perspectiva del Antiguo Testamento y de las leyes ceremoniales y rituales del pueblo hebreo, para ir en la dirección correcta, la que le agrada a Dios, era necesario que el amor, la misericordia y la justicia estuvieran presentes; de otro modo, todo carecía de valor (Deuteronomio 10:12–13; Miqueas 6:8).

Muchas personas han venido a Cristo de una vida muy alejada de Dios, pero han escuchado y obedecido la Palabra y han cambiado sus vidas al conocer al Señor. Ahora sirven a Dios y son contados entre los primeros; pero hay otros que habiendo conocido la Palabra desde muy pequeños o siendo parte de una iglesia por muchos años, no han entendido o han ignorado Las Escrituras y no son salvos. No porque levantaron la mano un día y dijeron que aceptaban a Cristo van al cielo. Muchos creen ser salvos; pero no lo son. Son desobedientes a los padres, a la Palabra de Dios, llenos de odio y amarguras, que causan divisiones en la iglesia y apuntan con el dedo a los demás sin darse cuenta que ellos son los que necesitan el cambio. “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita”(2 Timoteo 3:2–5). Están tan ocupados en que otros vivan como Jesucristo que ellos se olvidaron de hacerlo. Muchas veces los creyentes tienen más celo por saber las cosas secretas, las cuales corresponden a Dios, que las reveladas, las cuales nos corresponden a nosotros. Nos ocupamos más en saber lo que va a haber en el cielo que en lo que tenemos que hacer para llegar a allá.

Es cierto que no podemos vivir sin pecar en esta tierra, pero los que son de Cristo mantienen una lucha constante contra el pecado, renovando cada día sus votos a Dios en arrepentimiento. Es triste saber que algunos de los que están entre nosotros, en la iglesia, parece que van al cielo, pero no es así. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7: 21–23). Es necesario que escudriñemos nuestra vida para estar ciertos en el Señor (Lamentaciones 3:40), que no usemos la libertad como pretexto para hacer lo malo (1 Pedro 2:15–16).

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