Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Mientras salían ellos, he aquí, le trajeron un mudo, endemoniado. Y echado fuera el demonio, el mudo habló; y la gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel. Pero los fariseos decían: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios. ~Mateo 9:32–34
Muchos milagros hizo Jesús y los fariseos cerraron sus ojos para no ver. Así está el mundo de hoy. ¡Cuántas maravillas vemos a nuestro alrededor! Pero no son suficientes para que la gente crea en Jesucristo. Los fariseos creían en Dios, pero negaban a Jesucristo estando rodeados de milagros. Los milagros no tienen el poder de producir la fe. Muchos dicen que si pudieran ver un milagro creerían en Dios; pero eso es falso. Hemos visto a personas que han venido a nuestras iglesias y han sido curadas milagrosamente por la mano de Dios y después se han ido al mundo de nuevo.
Dios habló en el pasado a la humanidad de muchas maneras y aun lo hace (Hebreos 1:1–2). Sus métodos y formas han sido muy variados para tratar de llamar nuestra atención, pero muchos lo han ignorado.
Dios nos habla a través de la naturaleza (Salmo 19:1). La naturaleza es el cuadro que Dios colgó perpetuamente ante nuestros ojos para que cada día veamos su grandeza. No hay excusa para no creer en Dios al enfrentarnos a la inmensidad de la creación (Romanos 1:20). Dios se muestra de lo invisible a lo visible para darnos una muestra de su eterno poder y deidad.
Dios nos habla a través de nuestra conciencia. La conciencia, la voz de Dios a la mente humana, nos insta a discernir entre lo bueno y lo malo, y a evaluar nuestras acciones. Dios puso un código de conducta en el hombre mucho antes de entregarle la ley. El hombre siempre supo que era un pecador, pero lo negó y su conciencia lo ha inquietado desde entonces (Salmo 16:7).
Dios nos habla a través de su Palabra. La Biblia es el libro de Dios. En ella están escritas todas las cosas necesarias para nuestra salvación y para que vivamos una vida santa delante del Señor. En medio de la obscuridad de nuestros pasos ella ilumina nuestro camino (Salmo 119:105). Nos habla del pecado, de la redención de Dios y del plan que Dios tiene para ti. ¡A cuántos profetas a lo largo de los siglos Dios envió para predicar su Palabra! Lo que hoy como creyentes vivimos en el Señor es el resultado de esos hombres y mujeres valientes que aun ante la muerte no claudicaron y sin cejar enseñaron Su Palabra.
Dios nos habla a través de su Hijo. Su más grande y gloriosa manifestación la hizo a través de su Hijo Jesucristo (Hebreos 1:2,3), el cual tomó forma humana siendo igual a Dios para venir a nosotros (Filipenses 2:5–8), hombres pecadores, y dar su vida por nuestro rescate. Dios decidió comunicarse con el hombre, ya no por medio de los profetas, sino a través de su Hijo. Esta gran noticia de salvación tiene que ser anunciada en todo el mundo y se le ha dado este privilegio a la iglesia como el más riguroso mandato (Mateo 28:18–20).
No nos asombremos si ocurren los milagros y la gente no cree, porque de los que dicen como Tomás que tienen que ver para creer hay muchos. Enseñemos al mundo lo que significa el sacrificio de Cristo y oremos para que haya más fe aun cuando no haya milagros. No olvidemos que el mayor milagro está en una vida cambiada por la fe de Jesucristo. Los otros milagro son temporales; pero éste es eterno (1 Juan 15:11–13).
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