Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Aquella luz
verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue
hecho; pero el mundo no le conoció. Juan
1:9–10
La luz de Dios vino en la persona
de Jesucristo. El vino para alumbrar a todos los hombres en este mundo; aunque
siempre estuvo aquí, porque Él fue el creador; pero el mundo no se daba cuenta
de Él. A pesar de todas las cosas creadas (Romanos 1:20), decidimos rechazar al
Dios de la creación e ignoramos todas las cosas hermosas que creó para llamar
nuestra atención al hecho de que el Creador que mayor a su creación en la cual
nos incluimos nosotros.
Dios lejos de rechazarnos envió a
su Hijo para iluminar nuestras vidas llenas de obscuridad (Isaías 9:2). Todos
los hombres tienen algo de esa luz y esa luz tiene algo especial. Es como si
quisieras dormir durante un día soleado, y cierras las cortinas, siempre entre
algo de la luz. Así el hombre cuando cierre su mente y su corazón a Dios,
siempre recibe algo de la luz divina.
Los magos que llegaron
del oriente a Jerusalén habían visto una estrella, con la cual Dios les reveló
el nacimiento de un Rey para el pueblo de Israel. Así que, se dispusieron ir a
buscarlo. Si era el Rey de los judíos lo más lógico para hallarlo era en la
ciudad de Jerusalén, la capital de Israel, así que llegaron a Jerusalén para
ver al niño Rey. Así pensamos todos los seres humanos; pensamos en la grandeza;
pero Jesús nació de una manera muy humilde.
Dios les
reveló a los magos que aquel que había nacido era un Rey, no un príncipe. No
tendría que esperar para heredar el reino, porque Él ya era Rey y reinaba en
los cielos. Jesús era un Rey que venía a reinar.
Herodes trató de apagar la luz de Dios matando a los niños en Belén y
sus alrededores; pero no lo logró (Mateo 2:16–18). Vivimos en la confusión paranoica de
Herodes que mató a los niños por sentirse amenazado por el Rey que había
nacido. ¿Qué poder tendría un niño contra su espada? El no entendía que su
reinado no era militar ni político, era espiritual. Así que decidió apagar la
luz. Así vive el mundo, sin Dios y con la luz apagada, llenos de temores y
culpas; de angustias y tristezas por causa del pecado.
Aun así; nadie podrá
apagar la luz que Dios envió a iluminar a los hombres. La luz del sol ilumina
lo exterior; pero la luz de Dios, que es Jesucristo, penetra hasta lo más
íntimo del corazón del hombre. El hombre en su obscuridad no puede ver con
claridad; pero la luz de Dios es como esa luz que a pesar de tener cerradas
nuestras cortinas, algo de ella pasa y nos damos cuenta que es de día. Es hora
de despertar del sueño de la ignorancia y salir de la obscuridad. Es hora de
abrir nuestras cortinas y dejar que esa luz que vino al mundo para alumbrarnos
ilumine nuestras vidas. Entrega tu vida a Jesucristo nuestro Salvador. Él es tu
Salvador; pero te salvará solo si tú lo dejas. Por muy obscura que parezca tu
vida recuerda que la luz en la obscuridad resplandece (Juan 1:5).
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