Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Y llamando a sí a la multitud, les
dijo: Oíd, y entended: No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al
hombre. ~Mateo 15:10–11
El mundo en
que vivimos está lleno de maldad. La violencia, los asesinatos, los robos, la
mentira y toda clase de pecados están a la orden del día. De manera que el
hombre necesita entender la raíz de estos males sociales. Los fariseos, como
toda religión falsa, enseñaban las doctrinas, las opiniones de los hombres en
vez de la verdad de Dios. Confiaban en sus costumbres y en sus ceremonias para
tener una posición elevada delante de Dios. Por lo tanto, no entendían cuál era
realmente el problema del ser humano.
Cuando Jesús
dijo a la multitud que lo que entra por la boca no contamina, sino lo que sale
de ella no se estaba refiriendo a la comida o a la bebida, sino al corazón del
hombre. Nos cuesta creer y entender que hay maldad en nuestros corazones. Los
seres humanos somos pecadores y en nuestras imperfecciones cometemos errores,
que en algunos casos, tienen consecuencias terribles. No podemos confiar en
nuestros sentimientos y pensamientos sin la guía de Dios porque la Palabra de
Dios dice que “el corazón es engañoso más que todas la cosas” (Jeremías 17:9).
¿Hay una cosa más perversa que el corazón del hombre? La maldad que estamos
viviendo hoy sale del corazón del hombre (Santiago 4:1).
Las palabras
del Señor fueron bien claras al enseñarnos una verdad que los seres humanos
eludimos porque se trata de nosotros, de nuestros pecados. La fuente de la
contaminación, no está fuera del hombre, sino dentro de este (Mateo 15:19). Los
fariseos querían que las personas se lavaran las manos antes de comer y esto
era algo bueno (Mateo 15:20); pero se olvidaron de lavar sus mentes y sus
corazones, porque lavarse las manos te libraría de una enfermedad pasajera;
pero lavarte el corazón con la sangre de Cristo te libra para la eternidad
(Apocalipsis 7:14–17; 1 Juan 1:7).
No podemos
morir con un corazón así, sería irremediable porque no hay lugar en el cielo
para tal contaminación (Apocalipsis 21:27). Lo que el hombre necesita vehementemente
es un corazón nuevo, un trasplante espiritual que solo Dios puede hacer a
través de su Espíritu Santo. Así se declara el libro de Ezequiel: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y
seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os
limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y
quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y
pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y
guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:25–27).
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