Por: Pastor Carlos A. Goyanes
“Seis días
después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a
un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como
el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.” Mateo 17:1, 2
Pocos días después de la declaración de Pedro
acerca de que Jesús era el Cristo, el
Hijo del Dios viviente (Mateo 16:16) y de que Jesús anunciara a sus
discípulos de que habría de padecer (Mateo 16:21), el Señor invita a tres de
sus discípulos a subir a un monte alto para orar (Lucas 9:28; Mateo 17:1). “Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente.” (Lucas
9:29). En Mateo dice que se transfiguró delante de los tres discípulos y que a
lado de Él aparecieron dos personajes muy importantes del pasado del pueblo de
Israel. Estos dos hombres fueron Moisés y Elías (Mateo 17:3) quienes también
aparecieron rodeados de gloria (Mateo 9:29-31), o sea, resplandecientes como
Jesús. No era la primera vez que Moisés resplandecía. Cuando Moisés subió al
Monte Sinaí a encontrarse con Dios para recibir órdenes y las tablas de la ley,
al regresar Moisés tuvo que ponerse un velo porque toda su piel y rostro
resplandecían (Éxodo 24:38-45). Es de esperarse que un encuentro con Dios nos
haga resplandecer.
Al transfigurarse Jesús, su
rostro resplandecía y su ropa se convirtió en un blanco resplandeciente (Mateo
17:1,2; Marcos 9:2, 3; Lucas 9:28,29). No fue una casualidad que la
transfiguración ocurriera en un monte alto al igual que el encuentro entre Dios
y Moisés en el Monte de Sinaí. El apóstol Pablo comparó la gloria de Dios en el
rostro de Moisés con la gloria de Dios revelada por Cristo (2 Corintios 3:7-18)
— una gloria que perece con la vida del portador; mas la gloria que Jesús nos
da a través de su sacrificio permanece para siempre. Moisés en esta escena
representaba la ley, la letra que mata (2 Corintios 3:6) porque nadie la podía
cumplir; en cambio, Cristo representa una gloria mayor que vivifica a todo
aquel que a Él se acerca (Juan 14:19; Isaías 57:15). Elías representa a los
profetas que hablaron de condenación y de las promesas de Dios para la
humanidad. Así que, Moisés y Elías eran representantes de la ley y los
profetas, o sea, todo el Antiguo Pacto; pero Jesús es superior a ellos (Hebreos
3:1-6). Jesús es superior a Moisés, a los profetas, a los ángeles, a la
creación y por lo tanto superior a la Ley, porque Él es el Hijo de Dios, y Dios
mismo.
Indudablemente, el propósito de la
transfiguración de Cristo fue, al menos, mostrar una parte de su gloria
celestial para que sus discípulos pudieran tener una mayor comprensión de quién
Él era. Cristo experimentó un cambio impresionante en su apariencia con el
propósito de que los discípulos pudieran percatarse de su gloria. Los
discípulos, quienes sólo lo habían conocido como humano, ahora tenían una mayor
conciencia de la divinidad de Cristo, aunque no podían comprenderla plenamente.
Así el Señor les dio la seguridad que necesitaban después de haber escuchado la
noticia acerca de su pronta muerte.
Moisés y Elías representaban la Ley y los
Profetas; pero la voz de Dios desde el cielo “¡A Él oíd!” (Mateo 17:5) declaraba imperativamente que la Ley y
los Profetas debían otorgarle el paso a Jesús, el verdadero camino a Dios, ya
que en Él se cumplirían la Ley y las innumerables profecías en el Antiguo
Testamento. En su transfiguración, los discípulos vieron un atisbo de su
glorificación y coronación futura como Rey de reyes y Señor de señores; así
también como nuestra glorificación cuando Él venga, aunque sus discípulos en
ese momento no lo entendieron.
Lo que sucedió aquel día en ese monte
alto jamás fue olvidado por aquellos tres discípulos que acompañaban al Señor.
No hay duda de que éste fue el propósito de Jesús. Juan recordó ese día al
escribir: “Y vimos su gloria, gloria como
del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14). Pedro lo evocó al señalar: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro
Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con
nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y
gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi
Hijo amado, en el cual tengo complacencia” (2 Pedro 1:16-18). Aquellos
que fueron testigos de la transfiguración, fueron
testigos a los otros discípulos y a millones de personas a través de los
siglos.
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