Por: Pastor Carlos A. Goyanes
“Estando ellos
en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del
Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; mas al tercer día resucitará.” Mateo 17:22, 23
La humildad es
un requisito fundamental para la obediencia. Jesús nuevamente dijo a sus
discípulos que iba a ser entregado en manos de hombre, que moriría y al tercer
día iba a resucitar (Mateo 17:2,23). Desde que Dios hizo un plan para la
salvación del hombre y fue designado el papel que el Hijo de Dios asumiría, El
con gozo se comprometió (Hebreos 12:2). De líder celestial pasó a ser siervo
obediente.
I. Revertirse de humildad es dejar que Dios lidere
nuestras vidas.
Tenemos que pensar y mantener vivo en nuestras vidas
que Dios tiene un proyecto para nosotros. Al aceptar a Jesucristo como nuestro
Salvador y Señor hemos aceptado la responsabilidad del plan de Dios en
nosotros. Por eso es bueno que recordemos, como Jesús, nuestra misión para que
estemos preparados para el momento que Dios nos necesite. Tenemos que tomar el
proyecto de Dios en serio. No se trata de sentimientos que vuelan con el viento
sino de convicciones que nos aferran a la verdad y nos mueven a obrar. Los
judíos de la época de Jesús y quizás los de hoy también, ignoran los
sufrimientos del Mesías porque no han estudiado la Palabra de Dios para que
Dios les revele su voluntad, sino que viven de sus propias interpretaciones,
lejos de lo que Dios realmente quiere para ellos. Muchos creyentes ignoran que
la verdadera relación con Dios no está solo en leer la Biblia, orar y asistir a
los cultos como oyentes. La verdadera relación con Dios está en involucrarnos
en su voluntad, no ser solamente oidores, sino hacedores de la Palabra
(Santiago 1:22).
Cuando nos
entregamos a Jesucristo, y le aceptamos como nuestro Salvador y Señor, hemos
establecido un compromiso, un pacto recíproco y a la vez el Señor Jesucristo
nos reconcilia con Dios el Creador, de modo que tenemos que asirnos a Él, para
servir y hacer su voluntad con la asistencia del Espíritu Santo que ahora vive
en nosotros.
II. Paga lo que prometiste (Jonás 2:9)
Jonás
pronunció estas palabras cuando estaba en angustia. Estaba dentro de un pez
aprisionado por su desobediencia a Dios. Desde su calabozo, en las
profundidades del mar, clamó a Dios y Dios lo oyó. La obediencia es un dulce
sonido a los oídos de Dios. El Señor pagó nuestra deuda; pero nosotros nos
comprometimos con su obra. Él estaba exento de pagar porque Él era el dueño del
templo, sin embargo, pagó (Mateo 17:22-27). Cristo no estaba bajo ninguna obligación de
pagar. De la misma manera, no tenía que ser bautizado porque no tenía que ser
lavado de sus pecados ya que era el Cordero de Dios; sin embargo, lo hizo para
no ofender. No todos entendieron su misión, que era humillarse para salvarnos.
Ahora nos toca a nosotros humillarnos delante de Dios para ayudar a salvar a
otros. Nuestra rebelión limita la manifestación de la voluntad de Dios en
nosotros.
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