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El Beneficio del Perdón

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” Mateo 18:21, 22.

Como la naturaleza de los seres humanos es una naturaleza caída, es seguro que todos hemos ofendido a alguien alguna vez en algún momento de nuestra vida. Del mismo modo, otras personas nos han ofendido a nosotros también. Pero la Palabra de Dios nos dice que debemos perdonar porque Dios nos perdonó a nosotros (Efesios 4:32; Colosenses 3:13). Debemos perdonar porque hemos sido perdonados. Cuando no perdonamos nos llenamos de amargura y con este estado de ánimo no podemos ser mensajeros de paz y consejeros de del Señor (Hebreos 12:15). Quien no tiene la capacidad de perdonar se convierte en una persona dura, severa, llena de rencor y odio. De esta manera no reflejará, por mucho que se esfuerce, la imagen de Cristo en su vida. Su deseo de venganza lo ciega y no lo deja ver la voluntad de Dios que es el perdón. Su ira lo lleva hablar negativamente de esa persona que lo ofendió y después a tomar actitudes y acciones que distan mucho de dar un testimonio eficaz como hijo de Dios. Su amargura lo convierte en una persona negativa y arrastra a otros a la amargura que él posee.

No es fácil perdonar si quien nos ha ofendido no ha venido a nosotros arrepentido. Sería más sencillo si quien nos ha ofendido viniera arrepentido y apenado por lo que hizo; pero no siempre es así. La Palabra de Dios nos enseña que debemos perdonar a los que pecan contra nosotros. Dios no nos ha puesto condiciones en las cuales se base nuestro perdón hacia otros, sencillamente nos dice que tenemos que perdonar. Si nos negamos a esto estamos mostrando actitudes como el resentimiento, ira y amargura que no son características que identifican a un cristiano. En la oración del Padre Nuestro que sirve de modelo para las oraciones de muchos creyentes el Señor dijo que pidió al Padre que perdonara nuestras deudas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mateo 6:12). Y después el Señor nos enseña diciendo que si perdonamos a los demás el m al que nos han hecho Dios también nos perdonará a nosotros; pero si no perdonamos, Dios tampoco nos perdonará (Mateo 6:14, 15). El que se niegue a perdonar es porque no ha experimentado el perdón de Dios en su vida.


Si desobedecemos en cumplir este mandato de Dios de perdonar a los que nos ofenden evidentemente estamos pecando contra Él. No solo estamos pecando contra otros, sino que también estamos pecando contra Dios. No temeos derecho a retener la gracia y el perdón que debemos dar a otros sabiendo que nosotros mismos hemos sido perdonados por la inmensa misericordia de Dios. Nuestro pecado contra Dios es infinitamente mayor que las ofensas que nos hacen otras personas. Si Dios nos perdonó así, nosotros debemos perdonar de la misma manera. Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete (Mateo 18:21, 22). En otras palabras, debemos perdonar siempre. Nuestro Salvador Jesucristo nos desafía a perdonar porque el perdón trae grandes beneficios para nuestra vida. No olvides que Dios te perdonó (Salmo 103:2).

Hasta que la Muerte los Separe

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Así que no son ya más dos,  sino una sola carne;  por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Mateo 19:6

¿Sabes cuál es la unidad más pequeña de la sociedad? Sin duda alguna es la familia. De ella dependen la iglesia, la sociedad, la nación y el mundo en que vivimos. De las instituciones que Dios proporcionó, la familia fue la primera y esta ha sido de gran beneficio para el hombre. Antes de que el pecado entrara en el mundo ya Dios había formado esta entidad  que se compone del hombre, la mujer y los frutos de esta unión a través del matrimonio. La familia como tal fue hecha por Dios con el fin de canalizar sus propósitos a través de ella. Esto denota que el matrimonio es una institución divina que debe desarrollarse en santidad (Hebreos 13:4). Un matrimonio conforme al propósito de Dios es bendecido desde el día en que se establece (Génesis 2:18, 20, 24). Apegarse a las demandas de Dios garantiza una bendición especial de parte de Él y augura un buen futuro para los cónyuges.

Desvalorar esta institución y rebajarla a una simple relación que puede ser rota a nuestro antojo es menospreciar el plan de Dios para nosotros. “Hasta que la muerte los separe” — seguramente has oído esta frase tan célebre en las en las ceremonias de bodas; pero la realidad es otra. El mundo en que hoy vivimos rehúsa el compromiso y la lealtad en pos de la satisfacción personal sin sacrificios. ¿Quién dijo que era fácil? Dios no. Los sicólogos le han dado la vuelta al asunto y han llegado a ciertas conclusiones por las cuales la gente se divorcia y los matrimonios no duran. Entre estas causas están el origen sociocultural, el nivel educativo, la edad en la que se hayan comprometido, cuestiones económicas, incompatibilidad de caracteres, etc. Lo cierto es que hace algunos años atrás no había tantos divorcios como hoy. Una de las razones es que no hay temor de Dios, y otra, entre muchas más, es que todo el mundo quiere ser tan independiente que ya no necesita del otro; pero al final Dios nos creó para ser interdependientes. Hemos aprendido a depender más de nosotros que de Dios.

La Palabra de Dios es clara y enfática al respecto. El mismo Jesús enseñó que el matrimonio no debe ser disuelto excepto por causa de fornicación (Mateo 19:9) porque Dios aborrece el divorcio (Malaquías 2:16). Tenemos que volver a las sendas antiguas (Jeremías 6:16), a los principios básicos de la fe cristiana. La iglesia tiene como misión predicar una doctrina bíblica sana y sin mezcla de errores. Los dos serán una sola carne significa que son indivisibles porque lo que Dios juntó el hombre no lo debe separar (Mateo 19:6). Este pasaje de Mateo 19:3–9 es una clara defensa de la mujer de aquellos tiempos que quedaba desamparada económicamente y deshonrada tras el repudio “legal” de su esposo que por cualquier causa podía despedirla porque tenía el poder para ello. Por otro lado, la mujer se sometía al hombre bajo la amenaza de divorcio que era una sentencia de desamparo. Así que el sometimiento no era por amor, sino forzado. Esta fue una de las causas por las que Jesús negó el divorcio aparte de que rompía con el plan maestro de Dios. Dios no se equivoca, nosotros sí. El pecado nubla el pensamiento y la deslealtad cauteriza la conciencia de aquellos que deciden desobedecer a Dios. 

Preparándonos para la Buena Obra

Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.  ~2 Timoteo 3:16–17
La preocupación de la mayoría de los padres es que sus hijos se preparen para la vida; para ello hacen grandes esfuerzos para enseñarlos desde la niñez hasta la adultez. Es prioritaria la educación si queremos que nuestros hijos alcancen sus metas. Lo mismo pasa con la educación religiosa (Mateo 7:11). En sí misma ella no salva; pero enseña el camino a seguir y orienta al creyente para que alcance las metas de Dios para su vida (Deuteronomio 6:4–9; Proverbios 1:7; 2 Timoteo 1:5). A esta educación religiosa la llamamos más específicamente Educación Cristiana ya que nos orienta a una relación con Cristo y la Palabra de Dios en contraste con otras religiones o escritos religiosos (Santiago 1:5).
La Educación Cristiana es importante para la vida, la salud espiritual, moral, mental y física del creyente (Santiago 3:17; Mateo 7:24). La Educación Cristiana nos enfoca en la voluntad de Dios y nos provee de herramientas para la vida que de otra manera serían difíciles, sino imposibles de obtener. Esta educación Cristiana la obtenemos a través del conocimiento de la Palabra de Dios, el ejemplo de otros creyentes, y en la práctica de los valores y principios bíblicos (2 Timoteo 3:10, 14, 15).
La Palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que cualquier espada de dos filos. Viva porque está vigente, no ha dejado de tener validez en el mundo a pesar de que el hombre asegura que sus conocimientos científicos tienen o tendrán la respuesta absoluta a sus males; eficaz porque es lo que el hombre necesita y al aplicarla en su vida tiene resultados eternos; y más cortan-te que toda espada de dos filos porque éstas pueden penetran en el cuerpo humano y romper más músculos, tendones y huesos; pero la Palabra de Dios puede penetrar en el corazón y la mente que es un lugar inaccesible. A pesar de todos los esfuerzos humanos el hombre no puede transformar la mente y el corazón, y mucho menos salvar; sin embargo, la Palabra de Dios alcanza el fuerte más defendido e inalcanzable del hombre: sus pensamientos e intenciones, su pecado, su voluntad. Ninguna otra palabra, por más sabia que sea, puede llegar a la puerta sin llave del corazón.

El apóstol Pablo al escribirle a un pastor joven llamado Timoteo le orientaba a usar la Palabra de Dios para enseñar, corregir, redargüir e instruir (2 Timoteo 3:16-17). Solo ella puede llegar a la mente y al corazón eficazmente y hacer los cambios necesarios para nuestro bien. Esto es de esperarse porque es la Palabra de Dios y la base de la Educación Cristiana. Así que no perdamos tiempo y preparémonos para la buena obra de Dios a través del conocimiento de Su Palabra (Filipenses 1:6), entrenémonos en el cumplimiento de Su voluntad (Romanos 12:2) y usemos la autoridad que Él nos dio para la tarea que nos ha encomendado (Mateo 28:18–20).