Por: Pastor
Carlos A. Goyanes
Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no
halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti
fruto. Y luego se secó la higuera. Mateo 21:19
Jesús había llegado a Jerusalén el día anterior y habiendo entrado en el
templo echó a los que vendían, volcó las mesas de los cambistas y las sillas de
los que vendían palomas (Mateo 21:12). Purificó el templo de la codicia y las
acciones banales que no correspondían a ese lugar. Después de haber declarado
que su casa es casa de oración y haber sanado a ciegos y cojos, se fue de allí
a Betania.
Al día siguiente regresando a Jerusalén tuvo hambre y viendo una higuera en
el camino vino a ella, descubriendo solo hojas, y le dijo que jamás daría
frutos. La higuera se secó y esto maravilló a los discípulos porque nunca antes
habían visto algo igual. Es interesante que el relato incluya a una higuera,
una planta que se menciona en la Palabra de Dios más de cuarenta veces y que es
un símbolo muy antiguo. Nada de lo que ocurrió en la vida del Señor aquí en la
tierra fue casualidad. Aquella higuera representaba al pueblo de Israel — un
pueblo carente de los frutos que Dios esperaba, un pueblo al cual se le había
confiado una salvación tan grande y estaban desperdiciando la oportunidad que
se le había dado.
Ahora esta planta se convierte en
un símbolo de hipocresía y falsedad al tratar de cubrir su desnudez espiritual,
como Adán y Eva, con hojas de higuera (Génesis 3:7). La esterilidad de su fe no
producía frutos y sería secada toda la planta hasta su raíz. En el corazón del
hombre nace, por obra y gracia del Espíritu Santo, la fe que es un don de Dios.
Pero los líderes del pueblo de Israel no obedecieron las verdades divinas como
las doctrinas que Dios les había revelado, ni fueron leales a Dios en sus
creencias. Su forma de vivir no demostraba la fe que ellos promulgaban tan
celosamente. No había frutos en ese árbol tan frondoso porque estaba carente de
vida. La higuera se ocultaba detrás de sus hojas porque no tenía frutos. Muchos
creyentes se ocultan detrás de sus dones, sus habilidades, sus conocimientos
bíblicos y su vida aparentemente cristiana porque no tienen frutos dignos de
arrepentimiento.
En el Antiguo Testamento, Dios se
había referido a su pueblo Israel bajo la analogía de una higuera. "Como uvas en el desierto hallé a Israel; como
la fruta temprana de la higuera en su principio vi a vuestros padres..." (Oseas 9:10). Apariencia de fe (hojas); pero sin
frutos. El pueblo de Israel había sido escogido para ser el recipiente de la
verdad de Dios y transmitirla a un mundo sumido en la idolatría y el paganismo;
en cambio, ellos olvidaron su misión y se entregaron al orgullo y a un
formalismo ritual. Sus hojas eran abundantes, parecían muy espirituales; pero
los frutos de la fe y el amor habían sido desterrados de sus vidas. Por tanto
el Señor ordenó: "Y
si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después." (Lucas 13:6-9). Dios demanda de nosotros frutos y
nos ha dado por un tiempo el privilegio de ser los portadores del mensaje del
evangelio. El Señor dijo: “Yo soy la vid,
vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él. Este lleva fruto;
pero separados de mi nada podéis hacer”. (Juan 15:5).
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