Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo
que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo
hicisteis. Mateo 25:40
Nuestras buenas obras son el resultado de nuestra
fe. Ellas no salvan; pero podemos ser medidos por ellas. Consecuentemente con
esto el Hijo del Hombre, o sea, el Hijo de Dios que en semejanza de hombre
vendrá a juzgar a las naciones, apartará los buenos de los malos según las
obras que hayan hecho, ya sean buenas o malas. Todo hombre en la tierra tiene
en sus manos el poder de hacer el bien o entregarse al mal como medio de vida;
pero las obras malas no pertenecen a Dios y aquellos que obran mal están en rebelión
contra Él. Dios nos hizo para que anduviésemos en obras buenas (Efesios 2:10).
Al regresar Jesucristo a la tierra lo hará en
semejanza de hombre recordando a todos que tuvo que tomar nuestra forma y
padecer como nosotros debíamos haber padecido para salvarnos; pero esta
semejanza de hombre también nos dará la medida de cómo seremos después de haber
sido rescatados de esta vida de pecado. Ahora Jesús no vendrá como Cordero,
sino como Rey glorioso (Mateo 25:31). Un séquito de ángeles acompañará su venida
y nadie lo podrá impedir. Delante de Él serán reunidas todas las gentes y el
apartará a los suyos de entre los que no le pertenecen (Mateo 25:32). Esta
segunda venida es diferente a la primera porque cuando Jesús vino por primera
vez vino como siervo (Filipenses 2:5–11) aunque Las Escrituras lo describen
como lleno de gracia y verdad (Juan 1:14). Ahora en su segunda venida usará de
su autoridad para reunir a todas las naciones delante de Él.
La iglesia recibirá su
recompensa por cuanto ha obedecido a la Palabra de Dios. Ha amado lo que Dios
ama, que es la humanidad, y ha luchado en la medida de sus fuerzas material y
espiritualmente hablando para quitar el sufrimiento de la humanidad. La iglesia
no solo tiene una misión espiritual, sino también una social; aunque esta no
debe rebasar a la primera. Nuestro Rey impartirá la bendición del Padre a
aquellos que mostraron la misericordia de Dios a través de sus vidas, aquellos
que aman a Dios aman también lo que Dios ama (la humanidad). No predicamos un
evangelio netamente social; pero la iglesia debe ayudar a mitigar las
necesidades de los que está alcanzando siempre que le sea posible para dar
ejemplo de amor al prójimo. Jesús menciona seis necesidades básicas que en un momento
dado de la vida se pueden convertir en una verdadera emergencia: el hambre, la
sed, la hospitalidad, la ropa, el cuidado y nuestra visitación. En la
literatura y enseñanza judía existe la expresión en hebreo—gemilut hasadim—y su significado es “obras de amor bondadoso.” Y estas son listadas en el Antiguo
Testamento (Deuteronomio 15:7-11; Isaías 58:7-10; Salmo 37:21; 41:1).
Cuando una de estas seis necesidades aparece entorno
nuestro es nuestro deber como creyentes responder con un acto de misericordia
acorde a nuestras posibilidades y un poco más sabiendo que alguien está en
apuro. No hay límites para la misericordia en un mundo tan necesitado. Desde el
punto de vista espiritual es mucho más grave ya que la necesidad de Dios ha
dejado con hambre y sin abrigo a muchos que buscando no encuentran porque la
iglesia que es el caudal a través del cual corre el río de la Palabra de Dios
cierra su cuenca y mantiene a muchos en un desierto espiritual. El hijo del
Hombre no reclamará solo las obras sociales que pudimos hacer; sino también la
obra de cada creyente de implantar la fe del Señor en los corazones de aquellos
que padecen de hambre y sed espiritual. Si tienen hambre dales de comer, si
tienen sed dales de beber…porque esta es la misión de la iglesia y haciendo
esto a Dios lo hacemos. No podemos decir que amamos a Dios si no amamos a
nuestro prójimo (1 Juan 4:8; 20).
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