Por: Pastor Carlos A. Goyanes
“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” Mateo 18:21
“…llamarás su nombre Jesús…”
El nombre Jesús es la forma griega del nombre hebreo Josué que significa “Jehová es salvación”, o sea, Salvador. Desde la antigüedad se había escuchado la promesa del Señor de que vendría el Salvador: “He aquí, vengo” (Salmo 40:7; Zacarías 2:10). Por siglos el pueblo judío — el pueblo de Dios — había esperado ansiosamente la venida de su Libertador. Ahora, “cuando vino el cumplimiento del tiempo” (Gálatas 4:4) el designio divino señaló a Aquel en quien habían de cumplirse esas esperanzas. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).
“…porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”
El pecado había encerrado a los hombres (Romanos 6:16; 2 Pedro 2:19) en su propia prisión (Isaías 42:7). Cristo vino para romper las cadenas de la esclavitud, abrir las puertas de la cárcel y libertar a los presos de su condena de muerte (Isaías 61:1; Romanos 7:24-25; Hebreos 2:15). Vino a salvarnos de nuestros pecados, NO en nuestros pecados. Vino para salvarnos de los pecados que ya hemos cometi-do, y de nuestro instinto inherente que nos lleva al pecado (1 Juan 1:7, 9). Jesús vino a “redimirnos de toda iniquidad” (Tito 2:14).
Cristo no vino a salvar a su pueblo del poder del Imperio Romano, como lo ansiaban los judíos, sino del poder de un enemigo mucho más terrible. No vino a restaurar “el reino a Israel” (Hechos 1:6), sino a restituir el señorío de Dios en el corazón de los hombres (Lucas 17:20–21). Cristo vino a salvar a los hombres del pecado, que es la causa fundamental de la pobreza y de la injusticia. Es necesario creer en El y dejar nuestros pecados, ya que El no vino a salvarnos en nuestros pecados, sino de nuestros pecados. Es necesario creer que Dios le envió y dejar todo lo que nos separa de Dios. Podemos venir a El con nuestros pecados, pero al tener un encuentro con El, tenemos que despojarnos del peso del pecado que nos asedia para recibir su salvación y misericordia (Isaías 55:7).
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