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Saturday, January 28, 2012

Mensaje de Arrepentimiento

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Mateo 3:1–12

Desde el Antiguo Testamento se profetizó la venida del precursor de Cristo. Así como los reyes y dignatarios eran anunciados en la corte, Juan el Bautista vino a anunciar la llegada de Cristo. Ya Jesús era un adulto de treinta años y Juan, que era mayor solo por seis meses, fue el elegido por Dios para preparar el camino del Señor (Isaías 40:3-5).

Vivió y comenzó su mensaje en el desierto en condiciones humildes. La Biblia nos enseña que su ropa era pelo de camello y su comida langostas y miel silvestre (Mateo 3:4). No había nada de vanidad en él. Desde su nacimiento Dios le anunció a su padre Zacarías quién sería él (Lucas 1:13-17). A los hombres que Dios llama y se mantienen humildes, Dios los convierte en gigantes de la fe.

Jesús mismo dijo que de entre los nacidos de mujer no había uno más grande que Juan (Mateo 11:11). Más grande que Isaías, más grande que Elías, más grande que todos los profetas antes que él. Pero Juan nunca hizo un milagro como Elías, como Moisés o como Eliseo.

¿En qué consistía su grandeza entonces? Consistía en su misión, en su vida entregada, en su valor, en su modestia, en su firmeza y en su testimonio. Predicó y se arrepintieron miles de personas, y preparó el camino para el Mesías. La alfombra por la que caminaría Jesucristo el Rey para entrar en su ministerio terrenal fue el mensaje de Juan el Bautista. Juan anunció al que venía después de él (Jesús), que era más poderoso que él y que venía a bautizar en Espíritu Santo y fuego (Mateo 3:11).

Jesús dijo que el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que Juan. ¿Qué hicimos para ganarnos esa distinción? Creer y obedecer a Cristo. ¡Qué hermoso es saber que somos parte de ese grupo que el Señor mencionó! Somos del reino de los cielos. No hay nada más grande que la Iglesia del Nuevo Pacto. Es muy grande lo que tenemos en nosotros, tenemos al Espíritu Santo que nos ha bautizados con el fuego de Dios. Jesús vino a bautizarnos de esa manera. Los ritos del bautismo de los judíos en el Antiguo Testamento era para un lavamiento exterior, pero el bautismo de Jesús es en Espíritu Santo y fuego.

Limpiará con su espíritu nuestras almas, ya que es capaz de entrar en nosotros, y sacará todo lo que daña nuestra relación con Dios y lo quemará. Purificará nuestras vidas para que haya un nuevo comienzo con El. Depende de nosotros estar junto a El para mantenernos limpios y santos.

Ya somos de la gente de arriba, no de las de aquí abajo. Somos miembros de la Iglesia Universal de Cristo y ciudadanos de su reino. Como en alas de águila el Señor nos lleva por el desierto para que lleguemos seguros a la tierra de la prosperidad. Así dice la Palabra de Dios acerca del pueblo de Israel, pero esta es una promesa para todos sus hijos, para todos aquellos que se han acogido al mensaje de Juan el Bautista, el mensaje de arrepentimiento.

La gente creyó ver una caña cascada en el desierto, abrumada y quebrada por el viento; pero no fue así con Juan el Bautista. Las dificultades lo hicieron fuerte y sus convicciones poderoso en palabra. El vino al desierto a predicar, pero Jesús llegó aún más allá, porque llegó al desierto de nuestras vidas. Llegó a un desierto árido y seco, lleno de miserias humanas, el desierto de nuestro corazón y allí nos dio agua, un agua para no volver a tener sed jamás (Juan 4:14).

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