Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Mateo 4:1-11
Las batallas tienen su principio y su fin, pero hay una batalla que jamás acabará mientras estemos aquí en la tierra, una batalla que no tiene nada que ver con sangre y carne (Efesios 6:12), sino contra satanás y sus seguidores; esta batalla es contra la tentación. La tentación es la manera malvada de satanás de inducirnos a hacer lo malo ante los ojos del Señor. Ser tentado no es pecado; pero el que tienta si está pecando. Sin embargo, si nosotros cedemos a la tentación, entonces estamos pecando también (Santiago 1:12; 4:7).
Las tentaciones pueden venir de muchas formas diferentes. El diablo es un maestro en falsificaciones y engaños. El trata de que los seres humanos vean las cosas de una manera diferente a la que Dios quiere que las veamos, él es el más consumado experto de las imitaciones. No nos dejemos engañar, lo que ofrece no es de marca; él ofrece un evangelio tergiversado y una Escritura torcida. Para tener mayor éxito usa a sus agentes, los demonios y los seres humanos que están a su servicio (Juan 8:44).
Claro, que cuando se trató de Jesús, él quiso hacerlo personalmente (Mateo 4:3, Lucas 4:1,2). Allá en el desierto, débil y desamparado, humanamente hablando, cuando su necesidad física lo llevaba al extremo de sus fuerzas y el hambre al borde del desmayo, se presentó satanás para dar una brillante solución — sí, porque las soluciones de satanás son brillantes. La Biblia dice que se viste como ángel de luz (2 Corintios 11:14). Retó al Señor Jesús diciéndole: Si tú eres el Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan (Mateo 4:3).
A veces los creyentes somos tentados de esa manera. Si yo soy hijo de Dios, por qué no lo puedo hacer, soy hijo del Rey y el hijo del Rey no tiene por qué vivir así. La expresión vivir así nos
da el sentido de que lo merecemos todo, poniendo en duda el plan de Dios para mí. Si soy hijo de Dios, por qué no. Cuando los planes de Dios difieren de lo que creemos y no logramos lo que quería-mos, viene la duda y la desesperación. Ahí comienza nuestra parte humana a actuar impidiéndole a Dios hacer su parte. Tomamos la batalla en nuestras manos y la pelea se hace muy difícil.
El diablo sabe que no vamos a abandonar a Dios, que no vamos a blasfemar, pero a través de la tentación, reduce nuestra marcha, nuestras fuerzas menguan, y nuestro espíritu se aletarga. Tú puedes hacerlo, dice satanás, dilo y se hará. No podemos poner nuestras vidas en las manos equivocadas.
Satanás también quiere que te lances a hacer cosas para que fracases (Mateo 4:5, 6) y así lograr que renuncies a otras cosas que Dios tiene preparadas para ti. Debes conocer tus capacidades y el don que Dios te ha dado para desarrollarte en la obra del Señor. No te arrojes a aventuras de las cuales te arrepentirás. Dios tiene muchas promesas para ti si eres fiel, y las cumplirá una por una, pero no lo pongas a prueba. No te lances para que Dios te rescate, pero si caes, Él te sostendrá.
La fama y el poder son cosas que hoy en día todos quieren tener (Mateo 4:8, 9), pero ¿resolverán realmente los problemas de la humanidad? La verdadera gloria esté reservada para nosotros en lo alto, en el cielo. Mientras tanto aquí debemos buscar dar gloria al Rey de gloria (Salmo 24:8-10). El diablo ofrece riquezas y poder a los que lo acompañarán por siempre en el infierno (1 Timoteo 6:9-10), un lugar que después de entrar no hay oportunidad de salir por toda la
eternidad (Mateo 25:41). Todos los que buscando la gloria terrenal se han alejado de Dios, han perdido la gloria eterna guardada para todos los que creen en Cristo (1 Pedro 5:4).
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