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Wednesday, June 20, 2012

Padre Para Toda La Vida


Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad, pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará? Camina en su integridad el justo; sus hijos son dichosos después de él. Proverbios 20:6–7

La sociedad moderna ha destacado la labor de la madre como la más importante y relevante para la crianza y educación de los hijos, pero la Palabra de Dios enseña que tanto la labor de la madre como la del padre son de igual manera importantes. La labor del padre no solo es engendrar los hijos y luego abandonarlos en los brazos de su madre para que ella se encargue de lo demás. Hay un dicho popular que reza así: “Ser padre no es solo el que engendra, sino el que cría”.

En un mundo de pecado donde todas las normas establecidas por Dios se han roto, pareciera que la maternidad es suficiente para el cuidado de los hijos; sin embargo, Dios creó al hombre, varón y hembra los creó, como dicen Las Escrituras, para que procrearan y velaran por sus hijos (Génesis 1:28). La Palabra de Dios habla también del espíritu de paternidad que debe existir en los padres de hoy (Salmo 103:3). Ser padre es una responsabilidad porque se es padre para toda la vida. A pesar de que nuestros hijos estén casados y nuestra responsabilidad en la educación temprana de nuestros hijos haya cesado, no hemos dejado de ser padre de ellos.

El padre cristiano debe buscar el modelo infalible de Jesucristo que es Dios hecho hombre, y procurar llegar a su estatura (Efesios 4:13). De esta manera podrá hallar el significado de la felicidad y la vida humana. Al acudir a Cristo, vemos un concepto de felicidad muy diferente al que ofrece nuestra cultura de consumo. La misión del padre moderno es, procurar la salvación de sus hijos porque  su tarea consiste principalmente en la salvación de su familia. Un padre cristiano procura asirse de la Palabra de Dios para instruir a sus hijos (2 Timoteo 3:16, 17).

Cristo es el único santo y nosotros los padres no somos perfectos, pero Dios nos ha dado una encomienda maravillosa. Al seguir la vocación de la paternidad, somos llamados a imitar la santidad de Cristo que se entregó por completo. Por eso podemos decir que la paternidad es un llamado a la santidad que nos permite entregarnos sin reservas. Ser padre no es una carga que nos ha sido impuesta, sino la manera que Dios nos ha dado para encontrar una mayor felicidad. Eludir la paternidad por el disfrute de los bienes temporales de este siglo es robarse a uno mismo una de las experiencias más enriquecedoras de la vida. La paternidad nos habla de entrega, de responsabilidad, de sacrificios, de santidad, de proveer, de instruir y de educar (Proverbios 22:6).

Al presente, ningún sacrificio paternal debe ser una molestia, sino más bien una satisfacción al ver reflejado en nuestros hijos, al alcanzar sus metas, la sonrisa que aprueba nuestro tenaz esfuerzo. No habrá nada después del Señor, que llene más nuestros corazones, como escuchar de nuestros hijos las palabras: ¡Gracias papá! Más de una lágrima escapará de nuestros ojos por el gozo de saber que estamos cumpliendo nuestra misión, la misión de ser padre.


Monday, June 11, 2012

La Luz del Mundo

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.  ~Mateo 5:14

Las tinieblas predominan en el mundo de hoy y hay necesidad de luz. Jesús dijo que sus discípulos son la luz de este mundo. Hay al menos tres cosas implícitas en este pasaje que son necesarias para dar luz.

1. El candelero o lámpara que representaba el evangelio. El Señor Jesús profirió palabras que sentenciaban a una iglesia que había olvidado su primer amor, o sea, su misión fundamental de llevar el evangelio. Esta fue la iglesia de Éfeso que aunque había hecho una labor extraordinaria, ahora habían dejado de hacer las primeras obras (Apocalipsis 2:5).

2. El aceite. El aceite era usado para el candelabro y las lámparas. ¿Su función? Iluminar la casa de Dios. El aceite representa al Espíritu Santo que es el que opera el nuevo nacimiento en nosotros. Sin el aceite no hay luz. Sin el Espíritu Santo tampoco hay luz. La iglesia puede transformarse en un lugar oscuro, donde no se descubren las impurezas, si es que  el Espíritu Santo no está iluminando el corazón. El aceite es usado en las Escrituras para ungir, para dar luz y para sanar, fundamentalmente (Isaías 1:6). El aceite de la santa unción era confeccionado de especias escogidas. Su fórmula era secreta, y nadie podía usarlo para fines profanos. Con ese aceite se ungían los utensilios del tabernáculo y a los sacerdotes que ministraban allí. El aceite aquí descrito alude al Espíritu Santo. La unción de Dios recaía sólo sobre los sacerdotes, los que ministraban delante de Dios. Así ocurre también hoy. Sólo los hijos de Dios — sacerdotes en el Nuevo Pacto — tienen esta unción, y su presencia sobre ellos los distingue y los honra. Por tanto tenemos que estar llenos del Espíritu para poder alumbrar más.

3. La llama de fuego. La llama es el resultado de tener el aceite en el lugar adecuado, o sea, en el depósito (el candelero). Sin embargo, para que la llama exista, tiene que ser encendida. El Espíritu Santo ha encendido esa llama en nosotros y es necesario que la pongamos en alto como nos instruyó nuestro Señor Jesucristo para que todos sean alumbrados. Se encendía una llama y con esta se encendía otra, y otra, y otra hasta que todas las lámparas en casa estuvieran encendidas. Es interesante que en el templo hubiera levitas dedicados solo a mantener las lámparas encendidas de día y de noche. Debemos dar Luz siempre, a pesar de las circunstancias.

La obscuridad no es en sentido literal, sino en sentido espiritual. Hablamos del corazón del hombre que está a obscuras de día y de noche. La luz es para alumbrar, no se esconde debajo de algo, sino arriba para dar su máximo potencial. Esto nos muestra el carácter público del evangelio. Jesús dijo: Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras,  y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos. Nuestra misión es alumbrar a todos los que podamos. Significa que tenemos que mostrarle al mundo lo que es Dios a través de nuestras  vidas, nuestro testimonio y nuestras palabras.

Hay luz en nosotros y tenemos que alumbrar porque el mundo en que vivimos está a obscuras. Nosotros podemos disipar las negruras porque somos lámparas de Dios encendidas con el fuego celestial del Espíritu Santo. Nuestro deber es alumbrar el camino de la vida a las almas que están llenas de tinieblas para que nuestra misión sea cumplida, en lo personal como hijos de Dios, y en conjunto como la Iglesia de Jesucristo.

¡Tienes luz…entonces…alumbra!


La Sal de la Tierra

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Mateo 5:13

Desde tiempos muy antiguos la sal común o cloruro de sodio (NaCl, como se le conoce químicamente), ha servido al hombre de muchas maneras, pero en la Biblia se habla fundamentalmente de dos de estas maneras: para sazonar y para preservar los alimentos. En la Biblia se menciona por primera vez este compuesto químico en Levítico 2:13. Esto indica que ya se usaba y se conocían las propiedades de la sal mucho antes.

La sal es un símbolo importante en la Palabra de Dios porque simboliza el pacto de Dios con los hombres. La sal preserva y limpia. Dios dio a David su reino bajo pacto de sal (2 Crónicas 13:5). Dios ha hecho con nosotros un pacto de sal, no dice que debemos ser sal, sino que somos la sal de la tierra. El versículo de Mateo 5:13 dice que si la sal se desvanece ¿con qué será salada? La pregunta es ¿qué cosa tiene que ser salada? Evidentemente la tierra tiene que ser salada, en otras palabras, sazonada y preservada. Vivimos en un mundo deprimente. Un mundo que se cree que no necesita a Dios, pero sus vidas están deprimidas. No hay sabor en ellos, pero Dios quiere pactar con el hombre pecador un pacto de sal. Una vida con sabor es una vida llena de gozo y de esperanza y una vida que preservada es una vida guardada por el Señor para a eternidad.

Cuando el profeta Elías fue alzado al cielo en un torbellino de fuego, los hijos de los profetas le propusieron al profeta Eliseo, el sucesor del profeta Elías que enviara a cincuenta varones fuertes para que lo buscaran, no fuera que, el Espíritu que había arrebatado a Elías lo hubiese dejado en algún monte. El profeta Eliseo les dijo que no lo hicieran, pero ellos le insistieron y les dejó ir a buscar a Elías, pero regresaron sin haber podido encontrarlo. Él les respondió, ¿no les dije que no fueran? Porque sabía que no hallarían a Elías, ya que Dios se lo había llevado al cielo (2 Reyes 2:1–18).

Miren lo que pasó después:

Y los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en donde está colocada esta ciudad es bueno, como mi señor ve; mas las aguas son malas, y la tierra es estéril. Entonces él dijo: Traedme una vasija nueva, y poned en ella sal. Y se la trajeron. Y saliendo él a los manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad. Y fueron sanas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo. (2 Reyes 2:19–22).

Donde querían habitar encontraron que las aguas de aquel lugar eran malas y por causa de ellos la tierra era estéril. Elías pidió una vasija nueva y pidió que pusieran en ella sal, la cual echó en el manantial y las aguas se purificaron. Es interesante que la vasija fuera nueva. Esto nos enseña que para ser sal tenemos primero que ser vasijas nuevas. El Alfarero tiene que romper ese vaso duro, ese corazón áspero y hacerlo nuevo, entonces después podremos ser esa sal que da sabor y purifica la tierra con la Palabra de Dios. El resultado de lo que hizo Eliseo fue que las aguas se convirtieron en aguas limpias.

Seamos la sal de la tierra en un mundo insípido y pasajero, para que haya sabor — o sea, esperanza y gozo — y para que la gente sea preservada para la eternidad. No te dejes desvanecer por lo que este siglo ofrece, porque lo que ves, hoy es y mañana deja de ser. Lo que es nuevo muy pronto será viejo y eso te incluye a ti. Todo pasa tan pronto que no nos percatamos de esa realidad, pero hay que estar preparado para un encuentro con Cristo.