Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad,
pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará? Camina en su integridad el justo; sus
hijos son dichosos después de él.
Proverbios 20:6–7
La
sociedad moderna ha destacado la labor de la madre como la más importante y
relevante para la crianza y educación de los hijos, pero la Palabra de Dios
enseña que tanto la labor de la madre como la del padre son de igual manera
importantes. La labor del padre no solo es engendrar los hijos y luego
abandonarlos en los brazos de su madre para que ella se encargue de lo demás.
Hay un dicho popular que reza así: “Ser
padre no es solo el que engendra, sino el que cría”.
En
un mundo de pecado donde todas las normas establecidas por Dios se han roto,
pareciera que la maternidad es suficiente para el cuidado de los hijos; sin
embargo, Dios creó al hombre, varón y hembra
los creó, como dicen Las Escrituras, para que procrearan y velaran por sus
hijos (Génesis 1:28). La Palabra de Dios habla también del espíritu de
paternidad que debe existir en los padres de hoy (Salmo 103:3). Ser padre es
una responsabilidad porque se es padre para toda la vida. A pesar de que
nuestros hijos estén casados y nuestra responsabilidad en la educación temprana
de nuestros hijos haya cesado, no hemos dejado de ser padre de ellos.
El
padre cristiano debe buscar el modelo infalible de Jesucristo que es Dios hecho
hombre, y procurar llegar a su estatura (Efesios 4:13). De esta manera podrá
hallar el significado de la felicidad y la vida humana. Al acudir a Cristo,
vemos un concepto de felicidad muy diferente al que ofrece nuestra cultura de
consumo. La misión del padre moderno es, procurar la salvación de sus hijos
porque su tarea consiste principalmente
en la salvación de su familia. Un padre cristiano procura asirse de la Palabra
de Dios para instruir a sus hijos (2 Timoteo 3:16, 17).
Cristo
es el único santo y nosotros los padres no somos perfectos, pero Dios nos ha
dado una encomienda maravillosa. Al seguir la vocación de la paternidad, somos
llamados a imitar la santidad de Cristo que se entregó por completo. Por eso
podemos decir que la paternidad es un llamado a la santidad que nos permite
entregarnos sin reservas. Ser padre no es una carga que nos ha sido impuesta,
sino la manera que Dios nos ha dado para encontrar una mayor felicidad. Eludir
la paternidad por el disfrute de los bienes temporales de este siglo es robarse
a uno mismo una de las experiencias más enriquecedoras de la vida. La
paternidad nos habla de entrega, de responsabilidad, de sacrificios, de
santidad, de proveer, de instruir y de educar (Proverbios 22:6).
Al
presente, ningún sacrificio paternal debe ser una molestia, sino más bien una
satisfacción al ver reflejado en nuestros hijos, al alcanzar sus metas, la
sonrisa que aprueba nuestro tenaz esfuerzo. No habrá nada después del Señor,
que llene más nuestros corazones, como escuchar de nuestros hijos las palabras: ¡Gracias papá! Más de una lágrima
escapará de nuestros ojos por el gozo de saber que estamos cumpliendo nuestra
misión, la misión de ser padre.