Vosotros
sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
~Mateo 5:14
Las tinieblas predominan en
el mundo de hoy y hay necesidad de luz. Jesús dijo que sus discípulos son la
luz de este mundo. Hay al menos tres cosas implícitas en este pasaje que son
necesarias para dar luz.
1. El candelero o lámpara que
representaba el evangelio. El Señor Jesús profirió palabras que sentenciaban a
una iglesia que había olvidado su primer amor, o sea, su misión fundamental de
llevar el evangelio. Esta fue la iglesia de Éfeso que aunque había hecho una
labor extraordinaria, ahora habían dejado de hacer las primeras obras (Apocalipsis 2:5).
2. El aceite. El aceite era
usado para el candelabro y las lámparas. ¿Su función? Iluminar la casa de Dios.
El aceite representa al Espíritu Santo que es el que opera el nuevo nacimiento
en nosotros. Sin el aceite no hay luz. Sin el Espíritu Santo tampoco hay luz.
La iglesia puede transformarse en un lugar oscuro, donde no se descubren las
impurezas, si es que el Espíritu Santo
no está iluminando el corazón. El aceite es usado en las Escrituras para ungir,
para dar luz y para sanar, fundamentalmente (Isaías 1:6). El aceite de la santa
unción era confeccionado de especias escogidas. Su fórmula era secreta, y nadie
podía usarlo para fines profanos. Con ese aceite se ungían los utensilios del
tabernáculo y a los sacerdotes que ministraban allí. El aceite aquí descrito
alude al Espíritu Santo. La unción de Dios recaía sólo sobre los sacerdotes, los
que ministraban delante de Dios. Así ocurre también hoy. Sólo los hijos de Dios
— sacerdotes en el Nuevo Pacto — tienen esta unción, y su presencia sobre ellos
los distingue y los honra. Por tanto tenemos que estar llenos del Espíritu para
poder alumbrar más.
3. La llama de fuego. La
llama es el resultado de tener el aceite en el lugar adecuado, o sea, en el
depósito (el candelero). Sin embargo, para que la llama exista, tiene que ser
encendida. El Espíritu Santo ha encendido esa llama en nosotros y es necesario
que la pongamos en alto como nos instruyó nuestro Señor Jesucristo para que
todos sean alumbrados. Se encendía una llama y con esta se encendía otra, y
otra, y otra hasta que todas las lámparas en casa estuvieran encendidas. Es
interesante que en el templo hubiera levitas dedicados solo a mantener las
lámparas encendidas de día y de noche. Debemos dar Luz siempre, a pesar de las
circunstancias.
La obscuridad no es en
sentido literal, sino en sentido espiritual. Hablamos del corazón del hombre que
está a obscuras de día y de noche. La luz es para alumbrar, no se esconde
debajo de algo, sino arriba para dar su máximo potencial. Esto nos muestra el
carácter público del evangelio. Jesús dijo: Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que
están los cielos. Nuestra misión es alumbrar a todos los que podamos.
Significa que tenemos que mostrarle al mundo lo que es Dios a través de
nuestras vidas, nuestro testimonio y
nuestras palabras.
Hay luz en nosotros y tenemos
que alumbrar porque el mundo en que vivimos está a obscuras. Nosotros podemos
disipar las negruras porque somos lámparas de Dios encendidas con el fuego
celestial del Espíritu Santo. Nuestro deber es alumbrar el camino de la vida a
las almas que están llenas de tinieblas para que nuestra misión sea cumplida,
en lo personal como hijos de Dios, y en conjunto como la Iglesia de Jesucristo.
¡Tienes luz…entonces…alumbra!
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