Vosotros
sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?
No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Mateo
5:13
Desde tiempos muy antiguos la
sal común o cloruro de sodio (NaCl, como se le conoce químicamente), ha servido
al hombre de muchas maneras, pero en la Biblia se habla fundamentalmente de dos
de estas maneras: para sazonar y para
preservar los alimentos. En la Biblia se menciona por primera vez este
compuesto químico en Levítico 2:13. Esto indica que ya se usaba y se conocían
las propiedades de la sal mucho antes.
La sal es un símbolo
importante en la Palabra de Dios porque simboliza el pacto de Dios con los
hombres. La sal preserva y limpia. Dios dio a David su reino bajo pacto de sal
(2 Crónicas 13:5). Dios ha hecho con nosotros un pacto de sal, no dice que
debemos ser sal, sino que somos la sal de la tierra. El versículo de Mateo 5:13
dice que si la sal se desvanece ¿con qué
será salada? La pregunta es ¿qué cosa tiene que ser salada? Evidentemente
la tierra tiene que ser salada, en otras palabras, sazonada y preservada.
Vivimos en un mundo deprimente. Un mundo que se cree que no necesita a Dios,
pero sus vidas están deprimidas. No hay sabor en ellos, pero Dios quiere pactar
con el hombre pecador un pacto de sal. Una vida con sabor es una vida llena de
gozo y de esperanza y una vida que preservada es una vida guardada por el Señor
para a eternidad.
Cuando el profeta Elías fue
alzado al cielo en un torbellino de fuego, los hijos de los profetas le
propusieron al profeta Eliseo, el sucesor del profeta Elías que enviara a
cincuenta varones fuertes para que lo buscaran, no fuera que, el Espíritu que
había arrebatado a Elías lo hubiese dejado en algún monte. El profeta Eliseo
les dijo que no lo hicieran, pero ellos le insistieron y les dejó ir a buscar a
Elías, pero regresaron sin haber podido encontrarlo. Él les respondió, ¿no les dije que no fueran? Porque sabía
que no hallarían a Elías, ya que Dios se lo había llevado al cielo (2 Reyes 2:1–18).
Miren lo que pasó después:
Y
los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en donde está colocada
esta ciudad es bueno, como mi señor ve; mas las aguas son malas, y la tierra es
estéril. Entonces él dijo: Traedme una vasija nueva, y poned en ella sal. Y se
la trajeron. Y saliendo él a los manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y
dijo: Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte
ni enfermedad. Y fueron sanas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que
habló Eliseo. (2 Reyes 2:19–22).
Donde querían habitar
encontraron que las aguas de aquel lugar eran malas y por causa de ellos la
tierra era estéril. Elías pidió una vasija nueva y pidió que pusieran en ella
sal, la cual echó en el manantial y las aguas se purificaron. Es interesante
que la vasija fuera nueva. Esto nos enseña que para ser sal tenemos primero que
ser vasijas nuevas. El Alfarero tiene que romper ese vaso duro, ese corazón
áspero y hacerlo nuevo, entonces después podremos ser esa sal que da sabor y
purifica la tierra con la Palabra de Dios. El resultado de lo que hizo Eliseo
fue que las aguas se convirtieron en aguas limpias.
Seamos la sal de la tierra en
un mundo insípido y pasajero, para que haya sabor — o sea, esperanza y gozo — y
para que la gente sea preservada para la eternidad. No te dejes desvanecer por
lo que este siglo ofrece, porque lo que ves, hoy es y mañana deja de ser. Lo
que es nuevo muy pronto será viejo y eso te incluye a ti. Todo pasa tan pronto
que no nos percatamos de esa realidad, pero hay que estar preparado para un
encuentro con Cristo.
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