Ninguno puede
servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al
uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. ~Mateo 6:24
Nuestro Dios es un ser real. Nosotros los creyentes
lo sabemos, sin embargo, las cosas de la vida, lo que vemos y palpamos con
nuestras manos, nos resultan tan atractivas que a veces intentan ocupar el
lugar de Dios. Queremos ser fieles al Señor, pero lo que el mundo ofrece es
contante y sonante, mientras que todavía no hemos recibido lo que Dios nos
prometió y por eso desmayamos. La fe flaca y desnutrida de muchos creyentes les
hace caer en la tentación de dejar a un lado a Dios y volcarse a los placeres
del mundo. No es malo disfrutar la vida sanamente, pero sí es peligroso para
nuestro bienestar y seguridad espiritual que lo material ocupe el lugar de lo
espiritual.
O servimos a Dios o servimos a Satanás. No se puede
servir a dos señores porque uno de los dos será desatendido. Además, las demandas
de Dios muchas veces se oponen a las demandas del mundo, de manera que quien se
hace amigo del mundo se constituye en
enemigo de Dios (Santiago 4:4). Muchos cristianos tratan de ocultar su
hipocresía espiritual tras el manto de la fe y es allí donde Satanás se está
infiltrando en la vida de muchos creyentes. Tras ese vestido de fidelidad está
una vida falsa de pecado, de amor a las cosas de la carne, de sometimiento a lo
mundano. ¿Cómos lo sabemos? Retírele el internet, el televisor y el celular a
una persona y lo verá; dele a otros las riquezas y lo sabrá; a otros quítele lo
que poseen y lo averiguará. Veremos que sus vidas se convierten en nada, porque
su confianza estaba en lo que el mundo ofrece y no en lo que Dios ya le dio.
Decimos al Señor que le amamos, pero puede que
estemos sirviendo a otro. No podéis servir
a Dios y a las riquezas (Mateo 6:24). La palabra traducida como “riqueza”
usada en este pasaje es Mamón que es un término arameo que significa literalmente
“un almacén secreto” o “riquezas”, que en este caso hemos acumulado para
nuestra gloria y placer; o sea, algo que pertenece al mundo en el que los
derechos de Dios no son reconocidos (Lucas 12:16–21), en oposición a la verdadera
riqueza, que pertenece al mundo venidero (Filipenses 4:19; Colosenses 1:27).
Nuestro Señor Jesús fue claro cuando dijo que hay un solo camino y que solo a
través de ese camino llegamos a Dios (Juan 14:6). Dios requiere por derecho
todo nuestro corazón y no está dispuesto a compartirlo con el mundo
(Deuteronomio 6:5; Mateo 22:37).
Nuestra fe se caracteriza por servir a Dios y no a
los ídolos, pero hay muchos ídolos en la vida de los creyentes. Todo lo que
ocupa el lugar de Dios se ha convertido en un ídolo para nosotros, o sea, en
otro señor al cual servimos y en el que confiamos. Puede ir desde una cuenta
bancaria hasta el simple gusto de sustituir el tiempo de Dios por una novela.
Puede que sea una carrera universitaria en la cual confiamos tanto o un
negocio, pero, ¿qué tal si descubrimos después que todas esas cosas, que son en
parte necesarias, son temporales? Ya sabíamos esto, pero no la habíamos
aceptado hasta que nos dimos cuenta que no satisfacen el alma.
…Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas.
~Salmo 62:10c
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