Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel. ~Lucas 2:32
La luz no solo alumbra para unos pocos, alumbra para todos. Una luz que se pone en alto alumbra a todos los que están en casa (Lucas 8:16). La luz que vino de lo alto no solo alumbraba a Israel, también alumbraría a los gentiles con su cualidad reveladora (Juan 1:9). Físicamente estamos dotados de dos ojos que usan la luz para captar las imágenes; pero aun así podríamos andar en tinieblas a no ser que la luz de Dios alumbre nuestras vidas. La luz siempre ha sido para todos, pero algunos han pretendido apropiarse de ella. Los hebreos creían que la salvación era para ellos solos por ser los escogidos de Dios, pero Dios no solo escogió a los judíos, sino a toda la humanidad.
Desde tiempos antiguos Dios llamó de en medio de una generación perdida a un hombre. Este hombre fue Abraham. A él se le dijo que en él serían benditas todas las familias de la tierra (Génesis 12:1–3). Esto representaba a hebreos y gentiles. Tenían un mensaje que dar, pero creyeron que era para ellos solos, ignorando la promesa hecha a Abraham en el pasado. Como Simeón, hemos visto la Luz (Lucas 2:25-32). No una luz cualquiera, sino la Luz que alumbra a todo hombre que quiera ser alumbrado.
El mundo vive en tinieblas no porque no haya luz, sino porque cerraron las puertas y las ventanas de su corazón, y no han deja-do entrar la luz de Dios a sus vidas (Juan 1:4). Las tinieblas se han esforzado por cubrir a la humanidad que se ahoga en la obscuridad y la desesperanza; pero por muy profundas que parezcan las tinieblas, la Luz brilla (Juan 1:5). El nacimiento de Jesús fue un acto de Dios para manifestar su luz (Isaías 9:2).
Asociamos la luz con la revelación porque nos deja ver; asociamos la luz con la sanidad porque es esencial para nuestra vida diaria y nuestra salud; asociamos la luz con la dirección que hemos de tomar, como guía, porque es muy difícil orientarse sin luz. Esa luz que revela, que hace ver, esa luz que guía y sana es Jesucristo (Isaías 60:1–3).
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