Por: Pastor Carlos A. Goyanes
“Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y
enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera
vez en Antioquía.” Hechos 11:26
En estos tiempos en que vivimos, y dado al gran desarrollo y
crecimiento de la tecnología, el ser humano trata al cristianismo como un lento
paquidermo que retrasa la vida de los que lo profesan; pero lo cierto es que
desde el comienzo del cristianismo la fe cristiana ha aportado al hombre lo que
le ha negado el mundo, todo esto sin contar los grandes aportes del
cristianismo a la sociedad.
El cristianismo surge en Israel, en el corazón del pueblo escogido por
Dios, para llevar su mensaje. Sin embargo, irónicamente la persecución de los
primeros cristianos comenzó con los judíos. La oposición, la persecución y las
grandes dificultades sufridas en los primeros años del cristianismo, lejos de
eliminarlo, lo fortalecieron, a tal grado que socavó las bases del mismo
Imperio Romano. Menos de veinte años después de la muerte de Jesucristo los
cristianos se habían enraizado y contaban con comunidades en las grandes
ciudades de la época como Colosas, Efeso, Atenas, Filipo, Corinto, Tesalónica y
en Roma, capital del Imperio Romano.
Este crecimiento del cristianismo no se debía a la simpatía del
Imperio Romano, ya que ellos veían a los cristianos como inferiores, y a sus
ideas y pretensiones como algo repulsivo. Los valores y la conducta cristiana
les resultaban a los romanos más molestos que la de los judíos, ya que la fe
cristiana eliminaba las barreras étnicas, de razas, lenguas, procedencia, sexo,
educación y cultura que estaban bien marcadas en esa época y además daba una
acogida extraordinaria a la mujer; había preocupación por los débiles y los
abandonados que de otro modo eran desechados y marginados por la sociedad
romana, la cual no tenía ninguna preocupación por ellos. En esto influyó
grandemente el cristianismo del primer siglo en la sociedad. No fue ningún gobierno,
ni humanista el que lo hizo, sino la fe de aquellos que fueron capaces de hacer
grandes sacrificios para implantar el amor de Dios en un mundo inmoral y sin
principios.
Por tres siglos el Imperio Romano persiguió a los cristianos que
predicaban la existencia de un Dios al cual le resultaba imposible la
discriminación y la opresión de las mujeres, la violencia manifestada en las
arenas de los coliseos romanos, la práctica del aborto y los asesinatos de
niños; la aprobación de la infidelidad masculina, la deslealtad marital y el
abandono de los desamparados entre otros males sociales. Esta fe era diferente,
no era solo el hecho de postrarse delante de un dios; era cosa de testimonio
verdadero, de vivir una fe genuina, de ser una influencia para otros. Por eso,
a pesar de la ferocidad de la persecución romana y sus métodos violentos para
destruir al cristianismo, no logró exterminar la nueva fe, ya que esta
predicaba un amor que jamás habría nacido en el seno de paganismo (Juliano el
Apóstata lo reconoció — llamado así por los cristianos — aunque su nombre era
Flavio Claudio Juliano, ya que este hombre renunció al cristianismo y trató de
instaurar el paganismo en el imperio romano). Esta fe otorgaba dignidad y
sentido de la vida a aquellos a aquellos a los que nadie respetaba.
El cristianismo no es ese lento y enfermo paquidermo al que debemos
rechazar, porque aun hoy ofrece las mismas cosas que el hombre se ha negado y
ha negado a otros a lo largo de la historia de la humanidad que son el reto del
amor de Dios, la igualdad y la dignidad para la vida de todos los seres
humanos. Además de la esperanza de vida que el Dios Justo dará a aquellos que
aman su venida.
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