Tuesday, November 12, 2013

Cristianos Después de Cristo

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

“Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía.” Hechos 11:26

En estos tiempos en que vivimos, y dado al gran desarrollo y crecimiento de la tecnología, el ser humano trata al cristianismo como un lento paquidermo que retrasa la vida de los que lo profesan; pero lo cierto es que desde el comienzo del cristianismo la fe cristiana ha aportado al hombre lo que le ha negado el mundo, todo esto sin contar los grandes aportes del cristianismo a la sociedad.
El cristianismo surge en Israel, en el corazón del pueblo escogido por Dios, para llevar su mensaje. Sin embargo, irónicamente la persecución de los primeros cristianos comenzó con los judíos. La oposición, la persecución y las grandes dificultades sufridas en los primeros años del cristianismo, lejos de eliminarlo, lo fortalecieron, a tal grado que socavó las bases del mismo Imperio Romano. Menos de veinte años después de la muerte de Jesucristo los cristianos se habían enraizado y contaban con comunidades en las grandes ciudades de la época como Colosas, Efeso, Atenas, Filipo, Corinto, Tesalónica y en Roma, capital del Imperio Romano.
Este crecimiento del cristianismo no se debía a la simpatía del Imperio Romano, ya que ellos veían a los cristianos como inferiores, y a sus ideas y pretensiones como algo repulsivo. Los valores y la conducta cristiana les resultaban a los romanos más molestos que la de los judíos, ya que la fe cristiana eliminaba las barreras étnicas, de razas, lenguas, procedencia, sexo, educación y cultura que estaban bien marcadas en esa época y además daba una acogida extraordinaria a la mujer; había preocupación por los débiles y los abandonados que de otro modo eran desechados y marginados por la sociedad romana, la cual no tenía ninguna preocupación por ellos. En esto influyó grandemente el cristianismo del primer siglo en la sociedad. No fue ningún gobierno, ni humanista el que lo hizo, sino la fe de aquellos que fueron capaces de hacer grandes sacrificios para implantar el amor de Dios en un mundo inmoral y sin principios.
Por tres siglos el Imperio Romano persiguió a los cristianos que predicaban la existencia de un Dios al cual le resultaba imposible la discriminación y la opresión de las mujeres, la violencia manifestada en las arenas de los coliseos romanos, la práctica del aborto y los asesinatos de niños; la aprobación de la infidelidad masculina, la deslealtad marital y el abandono de los desamparados entre otros males sociales. Esta fe era diferente, no era solo el hecho de postrarse delante de un dios; era cosa de testimonio verdadero, de vivir una fe genuina, de ser una influencia para otros. Por eso, a pesar de la ferocidad de la persecución romana y sus métodos violentos para destruir al cristianismo, no logró exterminar la nueva fe, ya que esta predicaba un amor que jamás habría nacido en el seno de paganismo (Juliano el Apóstata lo reconoció — llamado así por los cristianos — aunque su nombre era Flavio Claudio Juliano, ya que este hombre renunció al cristianismo y trató de instaurar el paganismo en el imperio romano). Esta fe otorgaba dignidad y sentido de la vida a aquellos a aquellos a los que nadie respetaba.
El cristianismo no es ese lento y enfermo paquidermo al que debemos rechazar, porque aun hoy ofrece las mismas cosas que el hombre se ha negado y ha negado a otros a lo largo de la historia de la humanidad que son el reto del amor de Dios, la igualdad y la dignidad para la vida de todos los seres humanos. Además de la esperanza de vida que el Dios Justo dará a aquellos que aman su venida.

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