Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. ~Mateo 18:21
La relación que gozamos con nuestros hermanos en la fe es una de las bendiciones más grandes que la iglesia puede tener. De esta relación depende la armonía de la iglesia y de cada creyente que es fortalecido espiritualmente fomentando la amistad entre los hermanos. Por el contrario, el deterioro de estas relaciones cristianas es devastador para la iglesia. Desde una acción insignificante mal interpretada, hasta una acción preconcebida y a propósito, basta para que se deterioren las relaciones entre los hermanos. La ofensa de cualquier manera divide y resquebraja la paz de la iglesia.
Yéndonos al plano personal, es muy probable que cada uno de nosotros haya sido ofendido de alguna manera; pero debemos tener muy en claro la manera en que nosotros reaccionamos ya que somos diferentes a los del mundo. No podemos negarnos al perdón, sino que nuestra meta debe ser la reanudación de nuestras relaciones con nuestros hermanos que nos hayan ofendido. Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó que el que ha sido ofendido debe ir al ofensor para iniciar la reconciliación con él (Mateo 18:15). Si el hermano ofensor se niega a la reconciliación, según el Señor, debemos traer con nosotros a dos o tres testigos para tratar de lograr la reconciliación (Mateo 18:16); si aún no quiere escuchar, debe de ser llevado delante de la iglesia y si no oye a la iglesia debe ser tenido por “gentil y publicano” (Mateo 18:17).
Sin embargo, la enseñanza de Jesús era que deberíamos perdonar, aún si la otra parte no quiere reconciliarse con nosotros. El impetuoso apóstol Pedro preguntó al Señor: “… ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?” (Mateo 18:21). Jesús no titubeó en su respuesta y le dijo: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” (Mateo 18:22). Los rabinos enseñaban que debía perdonarse hasta tres veces; Pedro sonó más generoso al decir siete veces; pero Jesús dijo setenta veces siete. Parece algo exagerado sobre todo para aquellos que han sido ofendidos por la misma persona varias veces; pero Jesús estaba garantizando que fueran muchas veces para que no pudiéramos recordar después de tantas veces las ofensas. Jesús estaba dando un mensaje con esto y era que debemos olvidar las ofensas que ya hemos perdonado para que perdonemos sin límites como Dios lo hace; esta es una lección que desafía a la gente a amar en un mundo que solo procura vengarse. De otra manera, si no olvidamos las ofensas que nos han hecho después de haberlas perdonado, no hemos perdonado realmente. Nuestra actitud debe ser espiritual y no carnal ya que la falta de perdón no es la actitud de un hijo de Dios.
Sabemos que no hemos perdonado cuando recordamos las cosas que nos hicieron con rencor y amargura. No es fácil perdonar sobre todo si la ofensa ha sido grande o si nos han ofendido muchas veces; pero si nos acogemos a la gracia de Dios podemos vencer todas las ofensas. Nadie ha sido más ofendido que Dios. Nosotros le ofendimos con nuestros flagrantes pecados y le abandonamos; ofendimos a su Hijo rechazando su sacrificio, le escupimos, lo golpeamos, lo maltratamos, lo crucificamos; pero El gozoso llevó la cruz (Hebreos 12:2) perdonando nuestras ofensas (Lucas 23:34; Romanos 8:2). Si hemos de ser semejantes a la imagen de Cristo, tenemos que aprender a perdonar. La deuda de perdón más grande la canceló Dios. Nadie jamás ofenderá a nadie como ofendimos a Dios; pero El en su misericordia nos redimió (1 Juan 1:7).
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