Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Mateo 14:28–30
En su peregrinar con Jesús los discípulos se toparon con tormentas en el camino. Acababan de dejar a la multitud y ahora estaban en medio del Mar de Galilea mientras una tormenta se había levantado. Jesús, viéndolos fatigarse mientras remaban porque el viento les era contrario, vino a ellos andando sobre el mar (Marcos 6:48). Los discípulos, que aún no habían entendido el milagro de los panes y los peces, tampoco pudieron ver con claridad quién se acercaba a ellos y temieron. Si no tenemos fe entonces tendremos temor. Si no entendemos un milagro, no podemos concebir otro. Eso fue lo que les pasó a los discípulos del Señor. Día tras día en nuestra vida se manifiestan los milagros del Señor; pero no nos damos cuenta porque no estamos viviendo en el poder del Señor.
Queremos recibir de su poder y hacer las cosas que Él hace (Mateo 14:28; Juan 14:12) y en un momento fugaz de fe poderosa, como Pedro, somos capaces de caminar sobre las aguas (Mateo 14:29); pero al manifestarse nuestra mente carnal, dudamos. Es ahí cuando empezamos a hundirnos. Se hunden nuestros planes, fracasan nuestras empresas espirituales y se endurecen nuestros corazones (Marcos 6:52). En nuestros deberes cristianos nos vamos a encontrar con obstáculos, sin embargo, es en esos momentos en los cuales el Señor ha de mostrarnos mayor gracia a nuestro favor; Él puede hacer cualquier cosa para salvar a los suyos. Los problemas pueden dejarnos perplejos; pero la misericordia de Dios, que brota a través del poder de su gracia, es capaz de calmar nuestras ansiedades y mostrarnos como niños ante un Padre que nos sostiene con su mano poderosa. Nada debería aterrarnos sabiendo que estamos en las manos del Padre; pero en los momentos de dudas nos soltamos olvidando que sólo podemos vencer si estamos asidos de la mano del Padre.
Pedro quería ir a Jesús y Él se lo concedió. Pudo caminar sobre las aguas turbulentas de un mar embravecido, pero al quitar su vista del Señor (Hebreos 12:2) comenzó a hundirse. Sólo al volver la mirada a Jesús, en un agudo grito de ayuda, pudo ser sostenido maravillosamente por su mano. Pedro recibió una lección, y es que todos los que queremos ir a Jesús, tenemos que agarrarnos de su mano, entendiendo que si Cristo no nos sostiene nunca llegaremos a Él. Por momentos andamos sobre las aguas; pero al hundirnos nos damos cuenta de nuestra debilidad. Como siervos de Dios nos lanzamos a empresas que Dios permite para humillarnos, para probarnos, para mostrar su grandeza y manifestar su gracia. Para el Señor el agua es como una roca por la cual podemos caminar y la roca es como el agua que se derrite ante su majestad (Salmo 46:6); cinco panes y dos peces pueden alimentar una multitud (Mateo 14:19–21) porque su matemática es diferente a la nuestra; el agua a su voz puede ser vino (Juan 2:1–11); y lo más duro de la tierra, que es tu corazón, puede ser transformado por Él en algo apacible. Al darnos cuenta de nuestra debilidad dejamos que Dios muestre su poder en nosotros (2 Corintios 12:9). Vivir en el poder de Dios es reconocer nuestra pequeñez para confiar en Él (Salmo 37:5) obedeciendo a su mandato.
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