Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Cuando entró él en Jerusalén, toda la
ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús
el profeta, de Nazaret de Galilea. ~Mateo 21:10–11
Jesús habiendo entrado en Jerusalén se
encontró con una gran multitud que lo aclamaba como profeta. Podemos tener tres
visiones acerca de Jesús. Puedes verlo como un hombre, puedes verlo como un
profeta o puedes verlo como el Hijo de Dios.
I. Puedes Ver A Un Hombre
La visión materialista y de
incredulidad hace que el hombre vea en Jesús a un hombre y nada más. A pesar de
reconocer sus valores intrínsecos y su adelantado conocimiento con respecto a
los de su época, para ellos Jesús no es más que un hombre progresista que
superó por mucho a las filosofías, pensamientos e ideologías de su tiempo. Esa
visión humanista de Jesús no es mala, pero veta en la mente de muchos la
posibilidad de que el Señor sea más que un carpintero. Ciertamente Jesús fue hombre.
La Palabra de Dios dice que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y
en medio de su humanidad vimos su gloria, como la del único Hijo de Dios (Juan
1:14).
II. Puedes Ver Un Profeta
La visión religiosa y temporal no
permite que muchos vean la luz de Dios, rebaja a Jesús a solo un profeta (Mateo
21:10–11), alguien que viene en nombre de otro, pero sin autoridad propia. Esta
es la visión de la mayoría de la gente en este mundo, incluyendo algunos
“cristianos”. Ellos veían a un profeta que venía en nombre de Dios a librarlos
de sus problemas temporales. Los creyentes supersticiosos ven en Jesús un
amuleto de la suerte para esta vida, sin embargo, hay mucho más en El….
III. Puedes Ver Al Hijo De Dios
Esta es la visión de la iglesia que ve
en Jesús a alguien que es más que un profeta (Juan 10:30–36). Todos en su época
conocieron a Jesús; pero más que un hombre, un profeta o un líder libertador
era el Hijo de Dios. En el año 325 en Nicea (Iznik), una ciudad del Asia Menor,
actualmente Turquía, se celebró lo que conocemos hoy como el Primer Concilio de
Nicea (20 de mayo al 25 julio del 325 D.C.). Allí se discutió la divinidad y la
humanidad de Cristo. El presbítero Arrio y el obispo Eusebio de Nicomedia
plantearon que Cristo había sido creado por Dios y que por lo tanto no era
Dios; sin embargo, Alejandro, obispo de Alejandría, y Atanasio, su sucesor,
defendieron la tesis de que Cristo tenía dos naturalezas, la humana y la
divina; era perfectamente hombre y perfectamente Dios. Las evidencias bíblicas
demostraron que Jesús se hizo hombre y que fue perfectamente hombre (1 Timoteo
2:5); pero también perfectamente Dios (Juan 1:1). Cristo revela no solo lo que
es Dios, sino también lo que es el hombre. La imagen perfecta del hombre nos es
revelada en Jesús encarnado y nos muestra el estado prístino del hombre sin
pecado, aquel que Dios creó en el principio en contraste con nuestra naturaleza
actual y caída. Dios se hizo hombre pero no dejó de ser Dios por ello. Por
encima de los concilios y las opiniones de los hombres es claro y legítimo el
testimonio de Jesucristo de que Él es Dios (Mateo 16:14–20; Juan 4:25–26, Juan
14:6; Hebreos 1:8).
¿Acaso Jesús fue solo un gran hombre de
la historia de la humanidad? Eso es un hecho; pero fue más que eso porque
dominó la naturaleza cuando calmó la tempestad, caminó sobre las aguas, perdonó
pecados, sanó enfermos, levantó a personas de la muerte y Él mismo resucitó. Él
es único porque es el único Dios, el único mediador, y el único Salvador. Solo
Dios puede hacer estas cosas.
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