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Monday, April 23, 2012

Bienaventurados los Misericordiosos

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mateo 5:7).

¡Cuán preciosa es la misericordia! Es una virtud que viene de Dios. Cuando prende en el corazón de los mortales alivia al alma sufriente y da esperanza al que tiene necesidad. Así es la misericordia de Dios, tan grande que alcanza a todo aquel que le busca y libra a todo aquel que cree.

Es interesante saber que la palabra misericordia viene del hebreo hesed (חסד) que sugiere una relación íntima entre la misericordia y la justicia. Esto enseña que la misericordia no pasa por alto la justicia, pero el hombre se justifica en la misericordia de Dios. Si has recibido misericordia, es porque has cumplido tu parte del pacto que hiciste con Dios. La misericordia de Dios nos envuelve en su amor constante, pero demanda una actitud recíproca.

En el Nuevo Testamento la palabra usada es eleémon (elehmon del griego que se traduce en Mateo 5:7 como misericordia o compasión. La misericordia es uno de los atributos de Dios por el cual El expresa su bondad y amor para el que sufre. Es interesante que la palabra misericordia que usamos en nuestro idioma español venga del latín miser (miserable, desafortunado) y cordis (corazón). La misericordia puede ser fingida, pero la verdadera misericordia es una actitud interior que se deriva de una relación profunda con Dios que dura toda la vida. Tener misericordia es tener un momento de compasión por alguien que sufre o perdonar a alguien que nos ha hecho daño (Lucas 10:33). Pero ser misericordioso va más allá de un momento de piedad porque implica un deseo interior de servicio y tomar parte en la acción de ayudar a otros.

El Señor Jesucristo fue el gran ejemplo de la misericordia, nunca pecó, no hizo daño a nadie, siempre dijo la verdad, vino a salvar al hombre perdido y aun así lo vimos desde la cruz decir “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). También nosotros los que creemos en el Señor podemos ser ejemplo de misericordia para aquellos que nos desprecian, y nos difaman y en el momento que ellos quieran hacernos daño elevemos una oración a Dios para que se compadezca de ellos. Porque qué recompensa tenemos si devolvemos mal por mal u ofensa por ofensa (Proverbios 16:6; Mateo 6:14–15). Ser misericordioso es ser feliz (Proverbios 19:22a). Un ejemplo de la misericordia de un cristiano lo encontramos el la Palabra de Dios cuando un diácono de la iglesia de Jerusalén llamado Esteban pedía a Dios perdón para quienes lo apedreaban (Hechos 7:60).

El deseo de Dios es que los que han alcanzado la misericordia sean misericordiosos. La misericordia es un don de la gracia de Dios y es segura para el que la ejerce, porque Dios ha prometido que los misericordiosos alcanzarán misericordia (Mateo 5:7). Así que, debemos por las misericordias de Dios, presentar nuestros cuerpos en sacrifico vivo, santo y agradable a Dios (Romanos 12:1). Nosotros somos parte integral de la agencia terrenal de la misericordia de Dios que tiene su sede en el cielo, pero su oficina está aquí en la tierra y se llama la Iglesia de Jesucristo.

Monday, April 16, 2012

Bienaventurados los que Tienen Hambre y Sed de Justicia

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. ~Mateo 5:6

La justicia es uno de los aspectos de la vida que el hombre por su naturaleza caída descuida. En consecuencia se derivan muchos males a nivel social, personal y espiritual. La justicia abarca todos los aspectos de la vida y sino hay justicia, se carece de base moral para la vida.

Pero, ¿qué es la justicia? Según el diccionario, es "el conjunto de reglas y normas que establecen un marco adecuado para las relaciones entre personas e instituciones, autorizando, prohibiendo y permitiendo acciones específicas en la interacción de individuos e instituciones". La justicia de los hombres obtiene su modelo en la cultura, en la formalidad y en el pecado. Pero muchas veces lo que es justo para los hombres es injusto para Dios. De manera que, de la justicia a la que nos referimos aquí es a la justicia de Dios (Salmo 11:7).

Por muchos años la iglesia ha callado y no ha hablado de la justicia de Dios. No hemos hablado de la pesa falsa, el falso testimonio y la opresión. Es cierto que nuestra labor como creyentes es predicar el evangelio, pero es también denunciar la injusticia. Los profetas que fueron antes de nosotros denunciaron la injusticia y hablaron de la esperanza que viene de parte de Dios.

Jesús ilustró el deseo de justicia con dos necesidades humanas básicas: el hambre y la sed. Estas pueden ser saciadas pero se vuelve a tener hambre sed. Comparar el hambre y la sed con la necesidad de justicia significa que la lucha contra la injusticia no debe dejarnos satisfechos. Si hemos denunciado la maldad, debemos hacerlo de nuevo. Es como las iglesias que han crecido lo suficiente y se sienten cómodas, ya no tienen la necesidad de seguir evangelizando. No podemos acomodarnos a la injusticia. La lucha no debe detenerse, al menos no aquí en la tierra.

El propósito fundamental de la iglesia es evangelizar al mundo, pero también tiene que denunciar la injusticia. Los seres humanos han establecido su propia justicia que en muchas ocasiones es diametralmente opuesta a la justicia de Dios (Proverbios 11:18). La justicia del mundo es una conformidad con las reglas externas, la del creyente es una justicia interior, del corazón, de la voluntad y de la intensión. Esta es la clase de justicia por la cual deberíamos tener hambre y sed. La justicia bíblica es más que un asunto privado y personal, ella también incluye la justicia social que libera a los seres humanos de la opresión (Proverbios 14:34), promueve los derechos civiles (Salmo 82:3), lucha porque los veredictos en las cortes legales sean justos (Proverbios 12:17; 16:8), que haya dignidad en los negocios, y para que sea honorable el hogar y los asuntos familiares (Eclesiastés 5:8; 33:15-17).

Los cristianos estamos comprometidos a tener hambre y sed de justicia, no solo en nuestro entorno, sino con toda la humanidad (Isaías 32:17). En esta vida nuestra hambre nunca será completamente satisfecha, ni nuestra sed totalmente saciada; de igual manera debe ser nuestra justicia. De lo que sí estamos seguros es que llegará el día en que seremos saciados por la eternidad (2 Timoteo 4:8).

Monday, April 9, 2012

Un Mensaje de Esperanza

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Nuestro Señor Jesucristo vive y reina para siempre. El murió en la cruz y fue puesto en una tumba; pero al tercer día resucitó de entre los muertos. Su resurrección le dio significado a nuestra fe porque si Él vive, nosotros también viviremos (Juan 14:19).

1. La resurrección de Cristo es la base de nuestra fe.
Dios mostró su poder cuando creó los cielos y la tierra y todo lo que hay en ellos. Pero cuando se humanó, mostró su verdadera grandeza. Dios no tiene limitaciones. Hizo cosas tan grandes como el universo y cosas tan pequeñas como una hormiga. Aun sí todas ellas hablan del amor de Dios. Lo magnífico de Dios se mostró en el acto de haberse hecho tan pequeño como un hombre al tomar forma humana (Filipenses 2:5–8) y tan grande al haber vencido la muerte el día de su resurrección (Efesios 1:17–20). El poder del Señor es tal que la muerte no podía retenerlo (Hechos 2:24). Nuestra fe se hace fuerte en la resurrección del Señor porque Él vive. Job lo creyó antes de verlo y lo manifestó por la fe (Job 19:25). Nosotros hoy nos aferramos a esa esperanza de vida que solo Dios ofrece a través del sacrificio y la resurrección de Cristo.

2. Ya hemos vencido.
La resurrección de Cristo es nuestras gloria y nuestra victoria. Nuestro Rey triunfante se levantó y nosotros contemplamos su gloria (Juan 1:14), meditamos en su poder y confiamos en sus promesas. Podemos decir que somos más que vencedores por medio de El (Romanos 8:37). Mientras el apóstol Juan estaba preso en la isla de Patmos el Señor le dio esperanza cuando le dijo: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén.... (Apocalipsis 1:17–18). Hay aflicción y dolor en este mundo, hay rechazo y oposición a los cristianos, pero debemos confiar, porque Cristo ha vencido (Juan 16:33).

3. Por su resurrección ahora somos sus testigos (1 Corintios 1:4, 6).
Su gran comisión nos dejó la tarea de ir por todo el mundo y predicar en todas las naciones para hacer discípulos de todas ellas (Mateo 28:18–20). Nosotros somos testigos porque el Espíritu Santo que vive en nosotros nos da testimonio de que Cristo vive (Hechos 1:8). La fe que hay en nuestros corazones se acrecienta en el poder del Espíritu. No debemos avergonzarnos del Señor delante de los que ponen a prueba nuestra fe, porque nuestro Señor es más poderoso que todo lo creado (Romanos 1:16, 17). Él vive y reina para siempre. Las tumbas de los grandes líderes religiosos de la historia contienen sus cuerpos, ninguno de ellos fue capaz de vencer; pero la de Cristo está vacía. Nadie se ha levantado de entre los muertos jamás, excepto Jesucristo.

Nosotros vivimos bajo la esperanza de la resurrección porque Él resucitó. Una promesa de vida que dio a los que creyeron en Él (Tito 2:13).

Monday, April 2, 2012

Lo Que El Mundo No Reconoció

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! ~Lucas 19:38

Cuando Jesús nació nadie lo esperaba. Tenían las profecías del tiempo en que el Mesías habría de nacer, pero ni aún los eruditos de Las Escrituras lo estaban esperando (Daniel 9:24–27; Mateo 2:1–6). Llegó el Rey a este mundo sin una corte que lo recibiera ni una alfombra en la cual suavemente descansaran sus pies, sin una cuna que lo acogiera, sin lujos ni vanidad. Si lo hubieran estado esperando, el recibimiento hubiese sido como el día en que entró en Jerusalén.

Varios cientos de años antes de que naciera Cristo, los líderes judíos comenzaron a creer y propagar dos enseñanzas erróneas. Ellos enseñaron que las Sagradas Escrituras no podían ser tomadas literalmente porque no estaban literalmente inspiradas por Dios, y por lo tanto contenían errores y también enseñaron que las profecías no podían ser tomadas literalmente, sino espiritualmente. Libros proféticos tales como Daniel ni siquiera se continuaban enseñando porque contenían demasiada profecía. Después de que pasaron varias generaciones, los líderes espirituales judíos de los tiempos de Jesús estaban completamente desapercibidos de esta profecía. Por lo tanto, ellos estaban inadvertidos del tiempo de su visitación (Lucas 19:41–44).

Pero las profecías se cumplieron y Jesús entró a Jerusalén sobre un asno joven el cual nadie había antes montado (Zacarías 9:9; Lucas 19:30–35). A su llagada la gente tapizaba el piso con sus mantos y ramas de los árboles. La algarabía era tan fuerte que ensordeció los oídos celosos de los líderes religiosos judíos, a tal punto que le pidieron al Señor que mandara a callar a la gente; pero Él les respondió que si ellos callaban las piedras de las calles clamarían (Lucas 19:39–40). Pocos días después la multitud gritaba ¡crucifícale! No entendían a qué había venido Jesús. Esperaban un líder político, un estratega militar descendiente de David que los librara del yugo romano, por eso gritaban hosanna que significa sálvanos ahora. No creyeron que Jesús venía a librarlos de la verdadera esclavitud: el pecado. La esperanza de los judíos estaba puesta sobre su liberación terrenal y no avistaban lo que era su paz porque sus ojos estaban cubiertos (Lucas 19:42). A veces nos alejamos tanto de casa que no sabemos como regresar. Creían en Dios, pero se habían alejado tanto de El que no sabían que Aquel Varón de Dios que montaba sobre ese pollino de asno era su Rey.

La Palabra de Dios dice enfáticamente que Jesucristo vino con un solo propósito a lo suyo vino y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:11–12). No le recibieron como lo que era realmente, el Salvador y redentor de la humanidad, la paz, el amor, la bondad, el poder y la misericordia. JESÚS es su nombre, que es sobre todo nombre, y en su nombre se doblará toda rodilla (Filipenses 2:9–11).