Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede. ~Mateo 5:37
A través de las enseñanzas del sermón del monte Jesús contrasta las enseñanzas de siglos de interpretación de los eruditos judíos con las enseñanzas de la ley original. El espíritu con que los maestros judíos enseñaban la ley no necesariamente era el espíritu con el que Dios había dado las leyes al pueblo. Por ejemplo, en los diez mandamientos de Éxodo 20 se habla de no codiciar la mujer ajena; pero los maestros hebreos se inclinaban más a juzgar con severidad los hechos antes que la actitud previa a estos. Jesús enseñó que el que pensaba en adulterar era culpable de adulterio. Mientras que los fariseos iban a juzgar los hechos, Jesús iba a la causa de ello. Limpiar la mente y el corazón del pecado prevenía el acto mismo de pecar.
En varias ocasiones dijo: “Oísteis que fue dicho…” dando a entender el error en que estaban y cuán lejos estaban de la verdad. En este pasaje en particular Jesús repite esta frase y da dos lecciones esenciales para la vida del creyente. Una es no mentir y la otra es que nuestro sí sea sí y nuestro no sea no.
Los judíos estaban tomando a la ligera a la persona de Dios. Hacían juramentos que violaban directamente el mandato de Dios de no tomar el nombre de Dios en vano. Juraban por el cielo, juraban por la tierra, juraban por Jerusalén para tratar de hacer sus palabras creíbles a los ojos de los demás, pero mentían o no eran lo suficientemente honestos (Mateo 5:33; 23:16–22; Santiago 5:12). Es necesario decir la verdad. Es necesario cumplir las promesas porque estamos poniendo el prestigio del nombre de Dios en juego. Perjurando no solamente está dañando a tu propia reputación, sino la reputación de Dios. La Palabra de Dios dice en Éxodo 20:7 que “no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.” Es mejor no hacer voto ni juramento, para después romper la promesa. (Levítico 19:12; Deuteronomio 23:21,22).
Nuestro sí debe ser realmente sí y nuestro no debe ser realmente no. La palabra del cristiano goza de valor en su carácter, su testimonio y su fe. Así que un creyente no necesita juramentos que apoyen su sus palabras. Las personas que necesitan juramentos es porque han mentido y para que otros confíen en sus palabras necesitan descansar sus explicaciones sobre ellos. Nuestra justicia debe ser mayor que la de los escribas y los fariseos hipócritas. La hipocresía es mentira; es fingir algo que uno no es (Mateo 5:20). Es necesario un corazón limpio, libre de mentiras que dañan, no solo a la congregación de los santos, sino a la vida de los no creyentes que ven en nosotros la imagen de Dios. Debemos siempre decir la verdad (Efesios 4:25).
Jesús no condenó el juramento, sino la falsedad de los que perjuraban poniendo testigos falsos y mintiendo para tapar sus pecados. El verdadero problema radicaba en un corazón impuro. Mucha gente jura a la ligera y dan mal testimonio a la grey de Dios, predican para el arrepentimiento de otros, pero ellos se rehúsan a arrepentirse y siguen causando escándalos y tropiezos a sus amigos, en sus hogares y en la iglesia. Si tienes una visión clara y un concepto elevado de la santidad de Dios, entonces entenderás que esto es un tema muy serio. Orarás en serio, hablarás de Dios en serio y pensarás que las cosas de Dios son serias. Sé ejemplo de los creyentes (Salmo 15).