Monday, June 3, 2013

¿Ver Para Creer?

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Mientras salían ellos, he aquí, le trajeron un mudo, endemoniado. Y echado fuera el demonio, el mudo habló; y la gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel. Pero los fariseos decían: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios. ~Mateo 9:32–34

Muchos milagros hizo Jesús y los fariseos cerraron sus ojos para no ver. Así está el mundo de hoy. ¡Cuántas maravillas vemos a nuestro alrededor! Pero no son suficientes para que la gente crea en Jesucristo. Los fariseos creían en Dios, pero negaban a Jesucristo estando rodeados de milagros. Los milagros no tienen el poder de producir la fe. Muchos dicen que si pudieran ver un milagro creerían en Dios; pero eso es falso. Hemos visto a personas que han venido a nuestras iglesias y han sido curadas milagrosamente por la mano de Dios y después se han ido al mundo de nuevo.

Dios habló en el pasado a la humanidad de muchas maneras y aun lo hace (Hebreos 1:1–2). Sus métodos y formas han sido muy variados para tratar de llamar nuestra atención, pero muchos lo han ignorado.

Dios nos habla a través de la naturaleza (Salmo 19:1). La naturaleza es el cuadro que Dios colgó perpetuamente ante nuestros ojos para que cada día veamos su grandeza. No hay excusa para no creer en Dios al enfrentarnos a la inmensidad de la creación (Romanos 1:20). Dios se muestra de lo invisible a lo visible para darnos una muestra de su eterno poder y deidad.

Dios nos habla a través de nuestra conciencia. La conciencia, la voz de Dios a la mente humana, nos insta a discernir entre lo bueno y lo malo, y a evaluar nuestras acciones. Dios puso un código de conducta en el hombre mucho antes de entregarle la ley. El hombre siempre supo que era un pecador, pero lo negó y su conciencia lo ha inquietado desde entonces (Salmo 16:7).

Dios nos habla a través de su Palabra. La Biblia es el libro de Dios. En ella están escritas todas las cosas necesarias para nuestra salvación y para que vivamos una vida santa delante del Señor. En medio de la obscuridad de nuestros pasos ella ilumina nuestro camino (Salmo 119:105). Nos habla del pecado, de la redención de Dios y del plan que Dios tiene para ti. ¡A cuántos profetas a lo largo de los siglos Dios envió para predicar su Palabra! Lo que hoy como creyentes vivimos en el Señor es el resultado de esos hombres y mujeres valientes que aun ante la muerte no claudicaron y sin cejar enseñaron Su Palabra.

Dios nos habla a través de su Hijo. Su más grande y gloriosa manifestación la hizo a través de su Hijo Jesucristo (Hebreos 1:2,3), el cual tomó forma humana siendo igual a Dios para venir a nosotros (Filipenses 2:5–8), hombres pecadores, y dar su vida por nuestro rescate. Dios decidió comunicarse con el hombre, ya no por medio de los profetas, sino a través de su Hijo. Esta gran noticia de salvación tiene que ser anunciada en todo el mundo y se le ha dado este privilegio a la iglesia como el más riguroso mandato (Mateo 28:18–20).

No nos asombremos si ocurren los milagros y la gente no cree, porque de los que dicen como Tomás que tienen que ver para creer hay muchos. Enseñemos al mundo lo que significa el sacrificio de Cristo y oremos para que haya más fe aun cuando no haya milagros. No olvidemos que el mayor milagro está en una vida cambiada por la fe de Jesucristo. Los otros milagro son temporales; pero éste es eterno (1 Juan 15:11–13).

¿Sabes a Dónde te Diriges?

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Lucas 13:27

Ser salvos no es decir que creemos en Cristo, sino haber sido sellados por el Espíritu Santo después de haber creído en nuestro corazón. Es más que un acto externo de reconocimiento. Es todo nuestro ser rendido absolutamente al Señor. Es cierto que haber conocido a Cristo no cambia nuestras vidas como por arte de magia, hay que esforzarse por creer y ser mejores discípulos. Lo que sí está claro es que una persona que realmente ha conocido a Cristo es aquella que cambió de rumbo, de una vida mundana a una vida consagrada a Dios. Es una persona que antes era rebelde y ahora obedece al Señor.

1. Quo Vadis Domini (¿A dónde vas, Señor?)
El Señor habló a sus discípulos de irse poco antes de su muerte, en el aposento alto, donde estaban cenando los doce (Juan 13:33). Y Pedro preguntó: Señor, ¿a dónde vas? (Juan 13:36). Es claro que Jesús estaba diciendo que iba al Padre, las moradas eternas. Habiendo sido sacrifi-cado y cumplido con su ministerio terrenal, iba a preparar lugar para nosotros (Juan 14:2). Él sabía a dónde iba; pero… ¿a dónde vas tú?...

2. Quo Vadis (¿A dónde vas?)
¿Sabes hacia dónde te diriges? Una vida cristiana externa no ofrece salvación. Alguien que ha conocido a Cristo, comenzó su cambio desde adentro y no desde afuera, porque la vida cristiana no es un ritual de obediencia externa. Aun desde la perspectiva del Antiguo Testamento y de las leyes ceremoniales y rituales del pueblo hebreo, para ir en la dirección correcta, la que le agrada a Dios, era necesario que el amor, la misericordia y la justicia estuvieran presentes; de otro modo, todo carecía de valor (Deuteronomio 10:12–13; Miqueas 6:8).

Muchas personas han venido a Cristo de una vida muy alejada de Dios, pero han escuchado y obedecido la Palabra y han cambiado sus vidas al conocer al Señor. Ahora sirven a Dios y son contados entre los primeros; pero hay otros que habiendo conocido la Palabra desde muy pequeños o siendo parte de una iglesia por muchos años, no han entendido o han ignorado Las Escrituras y no son salvos. No porque levantaron la mano un día y dijeron que aceptaban a Cristo van al cielo. Muchos creen ser salvos; pero no lo son. Son desobedientes a los padres, a la Palabra de Dios, llenos de odio y amarguras, que causan divisiones en la iglesia y apuntan con el dedo a los demás sin darse cuenta que ellos son los que necesitan el cambio. “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita”(2 Timoteo 3:2–5). Están tan ocupados en que otros vivan como Jesucristo que ellos se olvidaron de hacerlo. Muchas veces los creyentes tienen más celo por saber las cosas secretas, las cuales corresponden a Dios, que las reveladas, las cuales nos corresponden a nosotros. Nos ocupamos más en saber lo que va a haber en el cielo que en lo que tenemos que hacer para llegar a allá.

Es cierto que no podemos vivir sin pecar en esta tierra, pero los que son de Cristo mantienen una lucha constante contra el pecado, renovando cada día sus votos a Dios en arrepentimiento. Es triste saber que algunos de los que están entre nosotros, en la iglesia, parece que van al cielo, pero no es así. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7: 21–23). Es necesario que escudriñemos nuestra vida para estar ciertos en el Señor (Lamentaciones 3:40), que no usemos la libertad como pretexto para hacer lo malo (1 Pedro 2:15–16).

La Esperanza No Tiene Límites

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Mateo 9:27–31

Dos ciegos siguieron a Jesús, probablemente con sus bastones hechos de alguna rama tosca, corrían a tropezones para llegar a Jesús, quizás guiados apresuradamente por un lazarillo hasta que desfallecidos por la carrera, alcanzan al Maestro. Dan voces diciendo: ¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!(v.27). Parecía que Jesús no les hizo caso, hasta que llegaron a la casa. Aun así, la perseverancia de aquellos ciegos dio pie a la pregunta de Jesús: ¿Creéis que puedo hacer esto? (v.28). Ellos respondieron que creían en El, entonces Jesús tocándoles los ojos les dijo: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Y los ojos de ellos fueron abiertos (vs.28–29). Ocurrió el milagro que ellos esperaban; pero todos sabemos que el verdadero milagro está en lo intrínseco de nuestras vidas, es invisible, pero poderoso, es nuestra fe en Cristo la que vence todos los obstáculos (1 Juan 5:4).
Ellos no escatimaron esfuerzos para llegar a Jesús ya que en sus mentes y corazones estaba la fe que los movía a creer que Jesús era el Hijo de David, el Mesías prometido, el Hijo de Dios que salva y sana. La falta de visión no era impedimento para su fe. Sus ojos físicos estaban impedidos, pero los ojos espirituales tenían una visión clara de quién era Jesús. ¡Tenían que alcanzarlo! Dieron muchos pasos para seguirlo y lo lograron. No lo veían, pero su fe, la fe bíblica del oír era suficiente para ellos (Romanos 10:17). Paso a paso fueron conquistando el camino hasta llegar a Jesús. De la misma manera, la fe auténtica se conquista paso a paso entre caídas y temores, dudas y fracasos, días nublados y gritos de socorro. Como humanos tenemos que entender que no somos perfectos. Aun así, Dios tiene misericordia de nosotros si creemos. Hay que luchar como Pablo: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4:7–8).

I. Nosotros somos deudores
Dios no está bajo obligación a bendecir ni a salvar a nadie. Dios jamás será tu deudor (Romanos 11:34–36; 1 Corintios 4:6–7). Tenemos que comenzar nuestra relación con Dios pidiendo misericordia. Dios dio a su Hijo y pagó nuestro rescate, así que ahora somos de Él. Le debemos fidelidad, honra, alabanza, obediencia y reverencia. La gente le exige a Dios una respuesta a sus males de los cuales para nada Dios es el culpable. Pero al hacerlo culpan a Dios de sus problemas. Si recibes bendiciones de Él, es por su misericordia. Es un regalo, no una obligación de Dios. Es como los hijos que después que sus padres se lo han dado todo, llegan a la mayoría de edad y todavía creen que sus padres están en la obligación de darles todo. Dios no está bajo obligación de dar misericordia a nadie. Dios tiene el derecho soberano de dar misericordia a quien Él quiere. Le damos gloria a Dios desde el momento en que reconocemos esto.

II. Quitando la venda de los ojos
Dios quitó el velo de obscuridad de los ojos de aquellos ciegos. Ellos entendieron esa realidad de Dios, y por eso pidieron misericordia. No merecían nada. Eran del pueblo de Israel, pero Israel ya era un pueblo apóstata, apartado de Dios, por romper el pacto con Jehová tantas veces. Dios dio una carta de divorcio a Israel. Todo esto lo vio Judá, su per-versa hermana; vio cómo yo me separaba de la infiel Israel, dándole el certificado de divorcio por todas sus traiciones; pero ni siquiera se ha asustado, y ha salido también a ejercer la prostitución. (Jeremías 3:8 BL95). Entonces estos ciegos vieron claramente que Israel no merecía nada. Pero los fariseos, los que en realidad eran ciegos no entendieron esto porque creían merecerlo todo.

III. La esperanza no tiene límites
Aunque hay tanta maldad en el mundo y tanta ceguera espiritual, Dios todavía tiene misericordia. Su amor no es limitado por nuestra desobediencia o nuestra falta de fe. Él nos ama y aspira a que algún día nos rindamos en sus brazos y recibamos sus bendiciones eternas. Para los que esperan en el Señor no hay límites porque en Él se cumple la profecía de Isaías 35:5: Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos…. El Señor a través de su sacrificio nos ha dado crédito ilimitado para nuestras almas. Así que cuando vengan las dudas y se cierna la obscuridad sobre nuestras vidas, recordemos que nuestro andar es como el de aquellos dos ciegos que tropezón a tropezón fueron iluminados por la luz de Cristo a través de su fe.

Lo Que Dignifica a una Madre

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas.  ~Proverbios 31:10

En un mundo moderno donde la institución más antigua, la familia, se va desvaneciendo, el roll de la madre es cada vez más necesario. Hoy celebramos el día de las madres y no es que las estamos adorando, sino que estamos reconociendo las virtudes y consagración de nuestras madres cristianas. La Palabra de Dios dice que “la mujer que teme a Jehová … será alabada.” Hay cosas que no pueden ser compradas, ni se debe pagar por ellas y una de estas cosas es ser una madre. El pecado está corrompiendo la familia y con ello el papel que deben desarrollar sus miembros; pero la madre cristiana es dignificada cuando se viste de las virtudes que Dios le ha dado. Como creyentes tenemos una deuda con ellas, una deuda de honra. Por eso como hijos debemos llamarla bienaventurada (Proverbios 31:28).

Una mujer cristiana íntegra es la que ha logrado que su esposo se sienta confiado (Proverbios 31:11). Su amor y entrega a su familia ha logrado ganarse el mérito a la confianza ya que sus acciones proveen seguridad de su amor. La mujer cristiana es ganancia y no pérdida; da seguridad a su familia a través de su diligencia y apoyo incondicional. Esto trae felicidad a la familia y crea un ambiente de paz, confianza y estabilidad. La protección da lugar a una educación eficaz y a un equilibrio emocional en los hijos. Puede sorprendernos la diferencia que hace en la familia con su carisma divina, porque es Dios quien dio a la mujer tales atributos. Cuando se trata de llevar adelante a la familia, las madres se visten de fuerza.

Pero la misericordia destaca a la madre cristiana que aparte de su familia alarga sus manos al pobre y al necesitado para proveerle ayuda (Proverbios 31:20); aunque su mayor atributo es el temor al Señor (Proverbios 31:30). Sus cualidades más altas y sus más grandes virtudes, que son rarezas en un mundo como el de hoy, son el resultado de su fe y temor de Dios. Todavía hoy podemos preguntarnos como Salomón “Mujer virtuosa, ¿quién la hallara?”(Proverbios 31:10), pero la hay. No la dignifica su nombre, sino el hecho de ser madre. Toda la belleza y ternura se resume en una palabra que lo dice todo y esa palabra es mamá.