Por: Pastor Carlos A. Goyanes
Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres… ~Hechos 17:26a
En 1492 hubo un
acontecimiento que marcó un cambio decisivo en la vida de los habitantes de
todo el mundo, y este fue el descubrimiento de América. Un marino genovés
llamado Cristóbal Colón, elaboró a mediados del siglo XV un proyecto para
buscar nuevas rutas comerciales que los llevaran de forma más rápida a China y
Japón, o sea a las Indias, sin tener que rodear por todo el Continente Africano
o atravesar por Asia y Oriente.
Casi costándole la vida
a su tripulación, y después de 72 días de navegación, el 12 de octubre de 1492,
el marinero Rodrigo de Triana divisó Tierra. Este acontecimiento cambió la
concepción que se tenía del planeta tierra, que se pensaba era plano, y provocó
algo que ni siquiera Colón había imaginado — que fue como se llamó después “la
unión de dos mundos.” Este día se celebra hoy como el “Día de las Razas.”
Propiamente dicho, no
hay diferentes razas, sino una raza: la humana. Dios hizo a todos los seres
humanos de una sola sangre (Hechos 17:26). Los primeros padres de la humanidad fueron
Adán y Eva; pero después del diluvio en el que perecieron todos los seres
humanos, los sobrevivientes — que fueron Noé, su esposa, sus tres hijos y las
esposas de ellos — son los padres de todos los que desde entonces habitan la
faz de la tierra. La Escritura distingue a las personas por agrupaciones
familiares o nacionales, no a través del color de la piel o por la apariencia
física. Es cierto que hay diferencias físicas entre lo que llamamos “razas”;
pero no son tan grandes. Aun los evolucionistas concluyen que surgimos de un
solo lugar y que todos los humanos descienden de una población común.
La Biblia nos dice que
esto ocurrió después del gran diluvio. Por unos pocos siglos, había sólo un
idioma y un grupo cultural. Los hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet) dieron origen a
lo que llamamos hoy las diferentes razas de los seres humanos, los cuales se
dividieron aún más cuando Dios confundió las lenguas en la Torre de Babel,
dándoles un margen de elección más pequeño al dividirse en grupos según su
lengua y separarse los unos de los otros. Dios los dividió para romper con su
maldad y así forzarlos a cumplir con el mandato de llenar la tierra. El hombre
no ha entendido que las diferencias que tenemos, genéticamente hablando, son
tan pequeñas que no deben constituir una separación entre ellos, sino que
nuestras increíbles similitudes deben ser las que nos una en una sola nación.
El pecado nos separa, pero Cristo vino a hacer de la humanidad una sola raza
porque somos de “una sola sangre.”
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