Por: Pastor Carlos A. Goyanes
El que tiene oídos para
oír, oiga. ~Mateo 11:15
El oído es uno de nuestros órganos sensoriales diseñado por Dios (Salmo
94:9; Proverbios 20:12). Nuestro Dios como el Hacedor del oído, puede oír. La
Palabra de Dios, de una manera simbólica dice que Dios tiene oídos (Salmo 116:1–2)
para enseñarnos que Él está atento a nuestras oraciones y que no es ajeno a
nuestro clamor (Salmo 18:6; 34:15; 1 Pedro 3:12). La palabra ‘oído’ se usa en la Biblia en sentido
figurado para referirse a todo el proceso completo de la audición, que incluye
no solo percibir un sonido, sino al acto posterior de sopesar la veracidad de
lo que se escucha y otorgarle el valor necesario (Job 34:3).
Aunque parece una contradicción la expresión ‘el que tenga oídos para oír’, lo que el Señor dijo es que hay
personas que no quieren escuchar (obedecer), que es el proceso final de la
audición. Lo que escuchamos tiene una respuesta negativa o positiva. Entre las
respuestas negativas están la indiferencia, el rechazo, las justificaciones
para no obedecer (‘no tengo tiempo’), un concepto equivocado de lo que Dios es
(ejemplo: ‘Si Dios es bueno no me va a castigar o a disciplinar’; ‘No hay
infierno, de lo contrario Dios sería malo’). También se incluyen la vagancia
espiritual y física: las cosas no caen del cielo, hay que trabajar por ellas
por lo que el creyente tiene que obrar, no para salvarse sino para obedecer y
tener salud física y espiritual.
El Señor comparó a esta generación con la iglesia que en gozo adolescente
sale a enseñar y predicar de muchas maneras, cual los profetas que vinieron
antes, pero el mundo tiene su propia religión y es indiferente. Hombres
religiosos como los escribas y fariseos que conociendo Las Escrituras ignoraron
al Señor porque no querían recibir en sus vidas las enseñanzas del Maestro.
Esta nueva generación se aleja cada vez más de Dios y no lo escucha. ‘Tocamos la flauta, pero ustedes no bailaron.
Cantamos canciones tristes, pero ustedes no lloraron’ (Mateo 11:17 DHH). La
Iglesia predica a los que no creen pero ellos deciden no creer. Una cosa es
segura y es que no hay gozo eterno para los que oyen las palabras del Salvador
y no creen en su nombre. Si hablamos del gozo de la salvación, ellos son
indiferentes; si ven la tristeza de los creyentes por la persecución, el dolor
por su fe, la tristeza de los que se pierden, ellos mantienen una postura de
insensibilidad.
Los seres humanos tienen la necesidad no tanto de ver a Dios como de oír
a Dios. Muchos dicen que tienen que ver para creer, pero sabemos que lo que necesitan
es escuchar, o sea, prestar una atención cuidadosa y obedecer al Señor para
llegar a ser hijos Dios (Juan 8:47). Hay oportunidad todavía para llorar en
arrepentimiento por nuestros peca-dos; sentir el perdón de Dios y regocijarse
de la presencia del Espíritu Santo que nos llena con una melodía que hace
danzar el alma con el gozo de la salvación; aunque aún tengamos que cargar
nuestra cruz para seguirle (Lucas 9:23).
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