Por: Pastor Carlos A. Goyanes
“Por tanto os
digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres;
mas la blasfemia
contra el Espíritu no les será perdonada.” Mateo 12:31
La misericordia
de Dios es abundante y puede alcanzar a todos los que se alleguen a Él. No hay
límites ni reservas en ella. No es tan simple la misericordia; es un atributo
de Dios que no puede confundirse con la llana bondad. La misericordia ruega a
la justicia que se haga a un lado; pero no la desecha como instrumento de Dios.
Dios es misericordioso y al mismo tiempo justo. Pero los seres humanos
confundimos en algunos casos la misericordia con debilidad, con falta de
justicia; y a su vez, confundimos la justicia con falta de amor. Esto es porque
en nuestra condición de pecado nunca seremos perfectamente misericordiosos ni
perfectamente justos; porque no nos alcanza nuestra misericordia y nuestra
justicia lo suficientemente como para satisfacer la demanda de ellas.
En este pasaje en particular vemos una acusación de
Jesús dirigida hacia los religiosos de la época que viendo la misericordia de
Dios la rechazaban y no querían reconocer que venía de Dios. Pero ellos sabían que nadie podía hacer esos milagros y señales si Dios no estaba con El (Juan 3:1, 2).
Así lo reconoció uno de los líderes de los fariseos llamado Nicodemo. La
mayoría de los judíos eran fariseos y pertenecían a la clase pobre. Todos se
confabulaban siguiendo a sus líderes para decir que Jesús echaba los demonios
por Beelzebú (Mateo 12:24) y que no venía en nombre de Dios; pero Nicodemo
habló por todos ellos al decir “sabemos
que has venido de Dios” (Juan 3:2).
Rechazaban abiertamente la obra del Espíritu Santo que era efectuada por la
misericordia de Dios. En otras palabras, estaban blasfemando contra el Espíritu
y esta blasfemia no les sería perdonada (Mateo 12:31).
Dios en su amor ha hecho
todo lo divinamente posible para que el hombre le conozca, sin violar su libre
albedrío. Dios no quiere forzar al hombre a creer, pero quiere que todos le
conozcan y se arrepientan de sus pecados, porque Él quiere que todos los seres
humanos sean salvos. Lo que Dios no tolerará es que conozcan su obra, sepan de
Él, disfruten de sus maravillas y le rechacen. Los fariseos tenían conocimiento
de Las Escrituras, conocían a Dios y rechazaban la obra del Espíritu Santo.
Envanecidos en su falsa religiosidad y enceguecidos por su aparente poder,
renegaban de la obra de Dios haciendo partido con sus enseñanzas. Pero se unían
a sus enemigos cuando era necesario para luchar contra el Señor. La última y
final revelación de Dios es al corazón del hombre, a su interior, a través de
la obra del Espíritu Santo; quien la rechace es un blasfemo y no tendrá la
oportunidad de salvarse eternamente. Aún más difícil será para aquellos que
saben y rechazan (Hebreos 6:4-6). Del árbol bueno, buenos frutos saldrán,
porque por el fruto se conoce el árbol (Mateo 12:33). ¡Tengamos frutos dignos de
arrepentimiento y no rechacemos en ninguna manera la obra del Espíritu Santo en
nuestras vidas y en las vidas de otros!
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