Monday, March 26, 2012

Bienaventurados los Mansos

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. ~Mateo 5:5

La palabra mansedumbre viene del adjetivo griego praus. En español hay que describir la mansedumbre con varias palabras y significa humilde, manso, dócil, suave, alguien con un carácter sosegado, tranquilo. Cuando Jesús fue bautizado la Palabra de Dios dice que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma (Juan 1:32). Juan no presentó a Jesús como el Rey que vendría a vencer, sino que dijo: He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Estos dos animales representan la mansedumbre, ya que poseen esta cualidad. En Juan 10 Jesús nos dice que El da su vida por las ovejas. En estos pasajes que hemos citado hay tres animales que se destacan por su mansedumbre, el cordero, la paloma, y la oveja. Los dos primeros fueron zoomorfismos del Señor y el tercero representante de los creyentes. La mansedumbre es una cualidad que debe destacarse en los hijos de Dios como uno de los frutos del Espíritu Santo que nos ha sido dado (Gálatas 5:22–23).

La mansedumbre no es algo meramente exterior, es algo interior. Es algo que tiene que ver con la obra del Espíritu Santo en nosotros y que nos capacita para aceptar la obra de Dios sin protestar y sin rebelarnos. El Espíritu Santo lo hace para que nos dobleguemos a la voluntad del Señor en lo que parece bueno y en lo que parece malo para que no nos rebelemos a la voluntad de Dios, entendiendo que Él está trabajando en nuestras vidas.

Jesús se identificó como manso y humilde (Mateo 11:29). Es de pretenderse que quien dijo estas palabras sea objeto de escrutinio. Pero El como el caballero de Dios no solo fue el que promulgó estas palabras, sino que abundantemente cumplió con todas las expectativas de Dios en su propia vida terrenal dándonos un ejemplo a seguir al ponerse por completo bajo la voluntad del Padre (Isaías 53:7). El no protestó, no se rebeló, el dejó que el Padre hiciera lo que había establecido. Una de las características del manso es que es sumiso y Jesús se puso bajo la autoridad de Dios (1 Pedro 2:21-24) en todo su ministerio terrenal. Aun en los momentos más duros, desde el Getsemaní hasta la cruz, dejó que se hiciera la voluntad del Padre (Lucas 22:42).

Este fruto del Espíritu Santo es desarrollado en nosotros cuando estamos bajo la autoridad de Dios, cuando no argumentamos con los porqués, sino que aceptamos Su voluntad en nuestras vidas sin importar lo que sea, sabiendo que Dios quiere lo mejor para nosotros. Dios quiere tratar con nuestro carácter, pero por causa del pecado y la rebelión que hay en nuestras vidas nos resulta difícil cuando alguien quiere imponernos algo. Dios trata de persuadirnos con amor y pacientemente educa nuestras almas a través de su Palabra para que podamos entender nuestra naturaleza caída y ser mansos, capaces de soportar el dolor, de no amotinarnos contra Dios y sufrir penalidades como buenos soldados de Jesucristo (2 Timoteo 2:3).

Es feliz el manso, ya que está a la mano de su Señor, el cual le dice que herede la tierra con su mansedumbre y no con conflictos, guerras y disensiones a las cuales los seres humanos estamos acostumbrados. Ser manso no es ser falto de autoridad, sino que es tener control sobre las circunstancias que nos rodean y aceptar quién está por encima de nosotros. Dios está por encima de nosotros, pero también hay personas que están por encima de nosotros, y a veces creemos que no vienen de Dios, al menos eso nosotros creemos, pero esas personas que a veces no nos agradan, han sido puestas por Dios para pulirnos y aprender mansedumbre.

Cuando tratamos con lo difícil nos damos cuenta de nuestro límite y tenemos que pedir la ayuda del Espíritu Santo para mantener intacto nuestro testimonio. Si no aprendemos a sujetarnos a las personas que están sobre nosotros, más difícil será someternos a Dios que no hemos visto. No es por fuerza, sino con el Espíritu de Dios (Zacarías 4:6). Ser manso no tiene que ver con tu capacidad, sino con la voluntad de Dios. No se trata de lo que tú piensas, sino de lo que Dios quiere para ti.

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