Monday, March 11, 2013

Confiando en Dios en Medio de las Tormentas de la Vida


Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!  ~Mateo 8:25

Cada año se repite una y otra vez la historia. Hay tormentas, torbellinos y huracanes. En el mar las grandes olas amenazan con hacer zozobrar, si fuere posible, hasta las embarcaciones más grandes. En la época de Jesús esto ocurría de la misma manera que ocurre hoy. La Palabra de Dios dice que los discípulos estaban navegando hacia la otra orilla del Mar de Galilea y que allí se levantó una gran tempestad, de modo que la nave en que iban se hundía (Mateo 8:24). El Señor dormía y ellos le despertaron diciendo: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (Mateo 8:25).
La reacción más común de los seres humanos es pensar que estamos solos en los problemas, pero Dios está en medio de ellos. Aunque la humanidad de Jesús descansaba en aquel momento, Dios estaba atento a aquella necesidad (Salmo 121). En el Antiguo Testamento tenemos la historia de Jacob. Las Escrituras dicen que mientras Jacob huía de su hermano Esaú, se quedó dormido a las afueras de una ciudad llamada Luz y soñó con una escalera en la cual Dios estaba en lo más alto y veía que ángeles subían y bajaban por ella (Génesis 28:10–19). Al despertar de aquel sueño dijo: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía.” Dos está en cada evento de nuestra vida, por insignificante que nos parezca, lo que ocurre es que a veces no notamos su presencia.
Los discípulos vieron a Jesús como alguien más para ayudar a sacar el agua del vote y aguantar las amarras, pero Él quería que lo vieran como a Dios, no como un pescador más. Muchos creyentes confían en Dios hasta cierto punto, porque aunque no lo dicen, en el momento de la dificultad tratan de hacer la parte de Dios ellos mismos, porque no confían en el Dios que declararon todopoderoso el domingo en la iglesia. Dios es nuestro Padre Celestial, pero no es nuestro igual. Él es Dios y nosotros sus hijos. Así como los discípulos conocían el Mar de Galilea, sus tormentas, sus bonanzas; nosotros conocemos el mundo en que vivimos y qué nos puede deparar esta vida. En vez de confiar en Dios, cuando llegan las tormentas, nos llenamos de pánico. Es normal que sintamos temor, pero la desesperación no debe formar parte del vocabulario de los creyentes que hacen la voluntad de Dios (1 Juan 4:18).
Dios permite tormentas grandes en nuestra vida por una buena razón: Dios quiere enseñarte algo. En vez de quejarnos y murmurar tenemos que recordar que Dios está de nuestro lado, en nuestra barca, con nosotros. Dios está aunque tú no lo hayas notado. En la hora de la dificultad el confiar en Dios es lo que hace diferencia. Los que pasan todo su tiempo hablando del problema, pensando en el problema, viendo todos los detalles del problema, son los débiles. Los que piensan y esperan en las promesas de Dios, viendo a Cristo como la solución, son los fuertes, los vencedores en la fe.
Nunca debemos dudar del amor de Dios hacia nosotros. Por más grande que sea la tormenta, tenemos demasiada evidencia del amor de Dios para dudar de esa manera. Nunca se nos dijo que por conocer a Cristo no íbamos a tener problemas (Juan 16:33), pero sí que debemos con-fiar en el Señor que venció para darnos la victoria a nosotros. El ganó por nosotros toda lucha, hizo cesar cada tormenta e hizo enmudecer al viento que sacude nuestro ser. Recuerda que Dios está en tu barca.

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