Por: Pastor Carlos A. Goyanes
“…para que se cumpliese lo dicho por el profeta
Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras
dolencias.” ~Mateo 8:17
El Señor Jesús tomaba de su tiempo para atender a la gente. Vino a
casa de Pedro y vio que la suegra de éste estaba enferma, en cama. La palabra
de Dios dice que la tocó en la mano y se sanó de la fiebre que tenía. Según el
Evangelio de Lucas era una gran fiebre (Lucas 4:38). Ella al verse sanada se
levantó y les servía. Lo que el Señor hace en nuestras vidas es perfecto. La
sanidad de la suegra de Pedro fue otro de los milagros de sanidad del Señor.
Fue un milagro instantáneo que el Señor obró en favor de una mujer enferma. Es
penoso ver cómo la gente que recibe tanto de Dios no le da gracias y no le
sirve.
La palabra de Dios dice que entró en la casa de Pedro, y allí se
encontró a la suegra de éste. Lo primero que podemos aprender de este pasaje es
que Pedro era casado. El clero católico romano requiere que los sacerdotes no
se casen, pero Pedro, que según ellos enseñan que fue el primer papa, era
casado. Cefas era otro de los nombres de Pedro (1 Corintios 9:5). La palabra de
Dios dice que prohibir el matrimonio es parte de la apostasía que vendría
sobre la iglesia (1 Timoteo 4:1–3). El celibato sacerdotal no es obligatorio, y
al hacerlo una doctrina fundamental de la iglesia los católicos están
heretizando la fe, haciendo mandamiento de hombres.
Volviendo a nuestro tema, el Señor levantó a la suegra de Pedro, tocó
su mano (Mateo 8:15), la tomó de la mano y la levantó (Marcos 1:31),
inclinándose hacia ella, reprendió a la fiebre; y la fiebre la dejó (Lucas
4:39). De la misma manera reprendió los vientos y al mar, porque Él es el
Todopoderoso Dios encarnado (Mateo 8:26). Con su sola presencia hay cambios en
nuestras vidas. Él trae sanidad, paz, esperanza, seguridad y bonanza. La suegra
de Pedro gozaba de sanidad completa porque la Palabra de Dios dice que ella se
levantó y les servía (Mateo 8:15). Generalmente después de una fiebre la
persona queda débil, pero ella les servía. Nuevas fuerzas reciben los que
esperan en el Señor (Isaías 40:29–31; Salmo 92:10) y dedicar nuestras fuerzas
para servirle es un privilegio que no podemos pasar por alto.
Él toma nuestras enfermedades y lleva nuestros
dolores. Él nos sana de nuestras enfermedades presentes según su voluntad y nos
da salud eterna. Cuando nuestros cuerpos cansados por el pecado fenezcan, resurgiremos
a una nueva vida en Cristo Jesús. No estaremos enfermos para siempre del pecado
porque Él los tomó todos en la cruz y venció la muerte para que nosotros
vivamos (Juan 14:19). Él logró en la cruz nuestra excelsa salud de una manera
eminente en su perfecta gracia, porque estando muertos en el pecado, resucitó
para que viviendo Él, nosotros también vivamos (Juan 11:25).
El mundo agoniza en su febril estado, sus fuerzas se
agotan y su fracaso es inminente, pero todavía hay esperanza en Jesucristo.
Dios entregó a su Hijo en un esfuerzo mayor por alcanzar al hombre pecador. Él
tomó nuestras enfermedades y no enfermó; tomó nuestros pecados, pero no pecó.
Dios le hizo padecer como pecador para que nuestros pecados fueran perdonados.
Jesús tomó nuestro lugar. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él (2 Corintios
5:21). Dios quiso quebrantarlo sujetándolo a padecimiento por nosotros (Isaías
53:10). Hemos recibido aquí en la tierra al Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo (Juan 1:29).
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