Monday, June 3, 2013

La Esperanza No Tiene Límites

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Mateo 9:27–31

Dos ciegos siguieron a Jesús, probablemente con sus bastones hechos de alguna rama tosca, corrían a tropezones para llegar a Jesús, quizás guiados apresuradamente por un lazarillo hasta que desfallecidos por la carrera, alcanzan al Maestro. Dan voces diciendo: ¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!(v.27). Parecía que Jesús no les hizo caso, hasta que llegaron a la casa. Aun así, la perseverancia de aquellos ciegos dio pie a la pregunta de Jesús: ¿Creéis que puedo hacer esto? (v.28). Ellos respondieron que creían en El, entonces Jesús tocándoles los ojos les dijo: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Y los ojos de ellos fueron abiertos (vs.28–29). Ocurrió el milagro que ellos esperaban; pero todos sabemos que el verdadero milagro está en lo intrínseco de nuestras vidas, es invisible, pero poderoso, es nuestra fe en Cristo la que vence todos los obstáculos (1 Juan 5:4).
Ellos no escatimaron esfuerzos para llegar a Jesús ya que en sus mentes y corazones estaba la fe que los movía a creer que Jesús era el Hijo de David, el Mesías prometido, el Hijo de Dios que salva y sana. La falta de visión no era impedimento para su fe. Sus ojos físicos estaban impedidos, pero los ojos espirituales tenían una visión clara de quién era Jesús. ¡Tenían que alcanzarlo! Dieron muchos pasos para seguirlo y lo lograron. No lo veían, pero su fe, la fe bíblica del oír era suficiente para ellos (Romanos 10:17). Paso a paso fueron conquistando el camino hasta llegar a Jesús. De la misma manera, la fe auténtica se conquista paso a paso entre caídas y temores, dudas y fracasos, días nublados y gritos de socorro. Como humanos tenemos que entender que no somos perfectos. Aun así, Dios tiene misericordia de nosotros si creemos. Hay que luchar como Pablo: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4:7–8).

I. Nosotros somos deudores
Dios no está bajo obligación a bendecir ni a salvar a nadie. Dios jamás será tu deudor (Romanos 11:34–36; 1 Corintios 4:6–7). Tenemos que comenzar nuestra relación con Dios pidiendo misericordia. Dios dio a su Hijo y pagó nuestro rescate, así que ahora somos de Él. Le debemos fidelidad, honra, alabanza, obediencia y reverencia. La gente le exige a Dios una respuesta a sus males de los cuales para nada Dios es el culpable. Pero al hacerlo culpan a Dios de sus problemas. Si recibes bendiciones de Él, es por su misericordia. Es un regalo, no una obligación de Dios. Es como los hijos que después que sus padres se lo han dado todo, llegan a la mayoría de edad y todavía creen que sus padres están en la obligación de darles todo. Dios no está bajo obligación de dar misericordia a nadie. Dios tiene el derecho soberano de dar misericordia a quien Él quiere. Le damos gloria a Dios desde el momento en que reconocemos esto.

II. Quitando la venda de los ojos
Dios quitó el velo de obscuridad de los ojos de aquellos ciegos. Ellos entendieron esa realidad de Dios, y por eso pidieron misericordia. No merecían nada. Eran del pueblo de Israel, pero Israel ya era un pueblo apóstata, apartado de Dios, por romper el pacto con Jehová tantas veces. Dios dio una carta de divorcio a Israel. Todo esto lo vio Judá, su per-versa hermana; vio cómo yo me separaba de la infiel Israel, dándole el certificado de divorcio por todas sus traiciones; pero ni siquiera se ha asustado, y ha salido también a ejercer la prostitución. (Jeremías 3:8 BL95). Entonces estos ciegos vieron claramente que Israel no merecía nada. Pero los fariseos, los que en realidad eran ciegos no entendieron esto porque creían merecerlo todo.

III. La esperanza no tiene límites
Aunque hay tanta maldad en el mundo y tanta ceguera espiritual, Dios todavía tiene misericordia. Su amor no es limitado por nuestra desobediencia o nuestra falta de fe. Él nos ama y aspira a que algún día nos rindamos en sus brazos y recibamos sus bendiciones eternas. Para los que esperan en el Señor no hay límites porque en Él se cumple la profecía de Isaías 35:5: Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos…. El Señor a través de su sacrificio nos ha dado crédito ilimitado para nuestras almas. Así que cuando vengan las dudas y se cierna la obscuridad sobre nuestras vidas, recordemos que nuestro andar es como el de aquellos dos ciegos que tropezón a tropezón fueron iluminados por la luz de Cristo a través de su fe.

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