Monday, November 19, 2012

Somos Salvos

Por: Pastor Carlos A. Goyanes

Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador… (Tito 3:4–6)

Dios es bondadoso (Zacarías 9:16–17). A pesar de nuestros pecados decidió mostrar su amor hacia nosotros entregando a su Hijo Jesucristo por nuestra maldad (Isaías 53:3–6). A través de la historia humana, los hombres han tratado de ganarse la salvación con ritos, sacrificios vacíos y regalos (1 Samuel 15:22; Salmo 51:16–17); pero la Palabra de Dios nos dice que no es por las obras que podríamos hacer, sino por la misericordia que Dios tiene para con todos los hombres (Tito 3:5; Efesios 2:9).

Esta salvación costó. Muchas personas no han llegado a entender el costo, y muchas nunca lo entenderán mientras vivan inmersos en la ignorancia y el egoísmo; pero costó la vida del Hijo de Dios, aquel que nos habló de una vida eterna sabiendo que en su futuro estaba la cruz, no la que a veces llevamos colgada al cuello, sino la cruz tosca y vil en la que murió. Más que el peso de esa cruz, su verdadera cruz fue llevar el pecado de todos los hombres sobre sí (Isaías 53:6). Habiéndose despojado de su vestidura celestial y vistiéndose de los harapos humanos, se humilló hasta la muerte y muerte de cruz (Filipenses 2:5–8). Fueron puestas en la mesa celestial todas las angustias y los dolores que habría de padecer y en aquel consenso celestial, Jesús, viendo la posibilidad de una humanidad redimida, no escatimó nada viendo que el gozo puesto delante de Él era mayor que el sufrimiento que habría de padecer (Hebreos 12:2). Dios se satisface siendo un Salvador; Dios se satisface por amor.

La bondad de Dios nos salvó (Efesios 2:4–7). Tenemos vida eterna porque hemos sido lavados con la sangre preciosa de Jesucristo (1 Pedro 1:18, 19). Y ahora no estamos solos porque ha sido derramado en nosotros el Espíritu Santo para consolación y auxilio de nuestras vidas (Tito 3:5–7).

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